Hay gente a la que no le da pereza llamar por teléfono. A mí sí. Siempre imagino que voy a sorprender a la persona a la que llamo en una situación incómoda. Tengo algunos amigos que, de un tiempo a esta parte, antes de telefonear escriben un Whatsapp en el que ponen: «¿Te puedo llamar ahora?». Les respondo que sí y permanezco atento. A veces se retrasan porque ha llegado en ese instante a su casa un mensajero con una botella de vino. Siempre pienso que los mensajeros llevan botellas de vino, no sé por qué. A mi casa vienen muchos mensajeros con libros, lo que me sume en una decepción continua. Creo que el día que abra la puerta a alguien que me traiga una botella de vino moriré como muere la mariposa al alcanzar la llama de la vela. Llevo meses preguntándome en el diván qué rayos significa esa botella de vino sin resultado alguno. Mi terapeuta me pregunta quién sería, en todo caso, el remitente. -Dios -digo. Llevo toda la vida esperando un mensaje de Dios. Si un día gritara: «Señor, dame una señal, demuéstrame que estás ahí», y en ese instante sonara la puerta y al otro lado apareciera un mensajero con una botella de vino, volvería a creer. Pero estábamos en lo de las llamadas telefónicas. Con frecuencia cojo el móvil y marco los primeros números de Fulano o Mengano, pero inmediatamente cuelgo espantado ante la perspectiva de la conversación. Cada día me cuesta más hablar porque la gente solo habla de cuestiones prácticas, a las que odio con todas las fuerzas de mi corazón. Una cuestión de orden práctico es dónde quedar a comer, por ejemplo. Otra, concertar una fecha para una conferencia o para ir al dentista. Todas las llamadas telefónicas me desilusionan porque ninguna es de mi madre, fallecida ya hace tantos años que cómo va a llamarme, pobre. Cuando vivía, temía sus llamadas. Ahora, pagaría por ellas. A veces estoy leyendo una novela que me gusta y pienso que sería magnífico telefonear a su protagonista, pero eso resulta imposible. La incomunicación entre los personajes de los libros y el lector es terrorífica. No tiene uno modo de llegar a ellos ni de que ellos lleguen hasta uno. Acaban de llamar a la puerta. Voy a ver si es la botella de vino.