Asisto a una velada mágico-musical en un bar de Pedregalejo. El mago se sube al escenario, nos mira con cara de circunstancia, casi diríase que apesadumbrado. Empieza a hablarnos:

-Buenas noches, señoras y señores. Hoy voy a disfrutar. Hoy voy a cambiar las reglas: voy a reírme del amor. Sí, del amor€ ¡¡El amor!! ¡¡Ay, el amor!! ¡Qué palabra tan bonita! Qué rítmico ronroneo recorre la garganta: amorrrrrr, amorrrrrrr... ¿Quién no ha sentido que sus lunes son sábados, sus lunas soles, sus lamentos sonrisas...? Pero luego, ¡zas! De golpe, todo se acaba, y los sábados son lunes, los lunes aún más lunes, la luna y el sol se eclipsan y eres una orquesta de lamentos, suspiros y sollozos€ -Un reguero de corazones tristes sale de sus ojos, echan a volar por encima del público y desaparecen-. ¡¡El amor!! ¡¡Ay, el amor!! ¡Aunque solo sea por unos minutos, voy a reírme de ti! Porque es el amor el que siempre se ríe de mí. Y a carcajadas€ Desde que era pequeño. Mi primera novia: Eva. Era la hija del quiosquero del colegio. Con ella tenía todo lo que un hombre de siete años puede desear: besitos, cariñitos ¡y chuches! Cuando entraba con ella en el almacenito del quiosco y contemplaba extasiado las cajas de chicles, las bolsas de paquetes de gusanitos, las pilas de tebeos... ¡No podía ser más feliz! Bueno, sí, podía serlo: decidí que ella iba a ser la mujer de mi vida, decidí que yo iba a ser el hombre de su vida. Decidí enamorarme. Corrí a decírselo y, ¡oh, telepatía!, ella también quería comunicarme algo muy importante: «Oye, tengo que decirte algo». «¡Yo también, Eva!», le dije. «Verás€ Es que€ estoy enamorada». «¡Y yo, Eva! ¡Y creo que coincidimos!», añadí. Abriendo mucho los ojos, me preguntó: «¿A ti también te gusta Gustavo?». -El mago se quita un sombrero hongo que lleva, y de él salen rayos y muchas chispitas-. Gustavo. El rey del recreo, el más guapo de la clase, el niño de la dentadura perfecta; era imposible luchar contra él. Eva leyó en mi rostro lo que no supe decirle, me metió un chicle sabor fresa ácida como consolación en mi boca abierta y se fue. Me quedé mascando la derrota, con la secreta esperanza de que a Gustavo el noviazgo con Eva le llevara a comerse todas las chuches del mundo, con lo cual le saldrían muchas caries, perdería su bonitos dientes y Eva volvería conmigo. O mejor dicho, intentaría volver conmigo, porque yo le diría: «¡Jamás!». Y ella lloraría, ¡oh, cómo lloraría! -El mago se sienta en el suelo y comienza a levitar, cada vez más alto, hasta que de repente, cae de golpe y se ríe; se levanta como si tal cosa y prosigue-: El tiempo lo cura todo. Y además, ¡malditos chicles sin azúcar! El cabrito de Gustavo se hinchaba de chuches y cada vez tenía los dientes más blancos. Eso sí, juré no volver a enamorarme nunca más, y así fue... durante cuatro larguísimos días: no pude resistirme a la simpatía de Ana, la exnovia de Gustavo. Vale, sí, al principio lo hice por despecho, pero luego, poco a poco me fue calando, y yo me dejé empapar, como en esas lluvias de verano que nos pillan de improviso y con mucho calor, y yo tenía mucho calor y mucha rabia, y Ana era tan refrescante que ¡zas!, me resfrié de amor. -Del sombrero hongo sale un mango y se convierte en un paraguas. Llueve sobre el mago; mientras se desplaza, la lluvia le sigue, pero no le moja-. La cosa iba bien, deliciosa, ideal. Hasta que acabó el curso y al padre de Ana, que era militar, lo trasladaron de ciudad. Fui al quiosco del padre de Eva y me atiborré de chicles de fresa ácida; el dolor de estómago me hizo olvidar el dolor del corazón. Los años pasaron, los amores se sucedieron y nada cambió. Bueno, algo sí: pasé de los chicles a la cerveza y finalmente al gin-tonic. ¡Cada vez me sale más caro esto de enamorarme! Pero no puedo evitarlo. ¡Y es que el amor es puñetero como él solo, pero de un gustoso! El amor es el instante más eterno, la montaña más rusa, el jamón más ibérico. El amor es... Yo no lo sé. Espero que ustedes, damas y caballeros, algún día lo sepan. Y mientras tanto, disfruten y sean felices.