Cuando nació mi hija Olivia, me dio por gastarle a los demás una broma con la que les decía que la vida me había cambiado de obra de teatro. Aunque no todo el mundo lo entendía ni el chiste cosechaba el éxito para el que había sido ideado, insistía en comentarles a unos y a otros -incluso lo he eternizado en mi perfil sobre el muro de una red social- que de repente había dejado de actuar en Luces de bohemia para hacerlo en Esperando a Dodot. Saltaba sin calibrar mucho lo que decía desde Don Ramón María del Valle-Inclán hasta Samuel Beckett. Y el chascarrillo pañalero-escatológico lo perpetraba, sin duda, con la famosa obra del dramaturgo y autor todoterreno irlandés. Mi gallego de referencia y su Luces de Bohemia son sagrados. Para mí, al menos. Desde que el temario de la enseñanza pública lo cruzó con mi adolescencia, ese es mi libro de cabecera.

Y, de hecho, me he pasado media vida reconstruyendo con mis pasos el camino hacia la taberna de Pica Lagartos, mientras me encomendaba a un vía crucis etílico como aquel al que se entregan en el Madrid de los Austrias Max Estrella y su escudero Don Latino de Híspalis.

Ahora, ya nada es igual. Menos mal. Creo que el único hábito bohemio que todavía conservo es mi afición a recorrer con el coche calles con nombre de escritor. Precisamente, la avenida Valle-Inclán es mi favorita. Aunque el GPS me recomiende que baje por la avenida Carlos Haya dentro de la ruta convenida con la Siri de turno, me empeño en dirigirme hacia ella por mucho que el riesgo de atascos me aceche como una guadaña. Mientras esa carretera con salida a la zona del Camino de Suárez y Martínez de la Rosa se llame así, allí me tendrá al volante. Esté en las circunstancias que esté la vía. Lo digo por una propuesta de hace un año en la que Juan Cassá, cuando todavía era el portavoz municipal de Ciudadanos, se sacaba de la manga que iba a colgarle más árboles, aceras y carriles bici a los lados. Ahí no me meto. No me afecta. Lo único que me haría saltar con el cuchillo entre los dientes sería un atentado contra su nomenclatura. En esta ciudad somos capaces de suplantar en el callejero a este genio barbudo por un nuevo Rey Midas que llegue a salvar al Málaga Club de Fútbol en plan una mancha de jeque con otra verde se quita. O por el 'lumbreras' que se delata forrando de bombillas la calle Larios durante todo un trimestre. El temor siempre existirá. Ya hemos visto cosas así de tristes en esta 'isla' mediterránea.