Qué difícil ponerse de acuerdo ahora partiendo de posiciones distintas. Parece que todo sea indiscutible y nadie se mueva de la posición de partida, muy al contrario: cuanto más se tira con argumentos hacia fuera más anclada queda la postura del sujeto. Será que todo ocurre tan rápido que nos hemos acostumbrado a no comprender nada. Sin tiempo para procesarlo nos dejamos llevar por el instinto que se viste de razón y nos roba la palabra. Es como si el criterio estuviera en caída libre y fijara a todo el mundo a sus asientos.

Estar seguro es algo muy de ahora. Al menos, asegurar estarlo de tantas cosas. Antes -no hace tanto- todo se decía y hacía con más cautela, aunque no por eso se hiciera siempre dudando. Uno puede estar convencido de lo que hace sin que eso le convenza de lo que va a resultar hacerlo. A poco que lleve uno en este mundo ya advierte que la incertidumbre va pegada como una sombra a los pies de la realidad jugando con sus sobrias formas volviéndolas sombrías. Nada se sabe con total seguridad y sin embargo parece que ahora no quepan y hasta molesten las dudas y los matices, y que todo el mundo finja estar seguro de lo que ve, de lo que opina, de su posición o de su crítica.

Y justo ahora que todo se ha vuelto tan confuso, cuando son tantas las noticias sorprendentes que nos asaltan a diario, los conflictos que nos rodean y aprietan durante años y los problemas globales que nos amenazan y castigan sin futuro, ahora que todo se ha vuelto tan complejo, trascendente, impredecible e intrincado, parece que nadie duda de nada, que todos sabemos lo que no ocurrirá y lo que pasa, aunque llevándonos la contraria. La fe da la razón, pero no nos pone de acuerdo.