Hay personas a las que el silencio les genera inquietud, ansiedad y, al no soportarlo, necesitan tener siempre de fondo sonido. Así, al llegar a casa, la costumbre es encender la televisión o poner la radio o música porque, a parte de huir del silencio, están evitando estar a solas con sus propios pensamientos que los viven con verdadero temor. Este mecanismo de evitación de los propios pensamientos y del silencio es más frecuente de lo que parece y, además, propicia que las personas no aprendan a conocerse ni a descubrir todas las posibilidades que ofrece poder disfrutar de uno mismo a solas, en la tranquilidad que les podría proporcionar el silencio. Saber apreciar el silencio, valorarlo y, a la vez, utilizarlo para el descanso, pensar o realizar determinados trabajos, es algo tan necesario para el equilibrio psicológico como el ejercicio físico. Así pues, cuando un niño aprende a estar en silencio en casa, concentrado en los deberes, también está ejercitando el saber estar consigo mismo a solas y esta situación le servirá para pensar, que es eso: hablar con uno mismo en silencio y a solas. Sin embargo, hoy en día se huye del silencio, hay un verdadero horror vacui que se traduce en que no existen espacios como una sencilla tienda, una zapatería, un supermercado etcétera que estén libres de música. En la actualidad existe una campaña en los bares, con su correspondiente cartel, donde se insiste en bajar el volumen, evita molestar y hacer ruidos, y se señala que son establecimientos libres de contaminación acústica. A las personas hay que enseñarles que para comunicarse no hacen falta los gritos. Pero, además, en la emisora Radio 3, entre programa y programa, se insiste en una cuña publicitaria que: por favor, porque no te callas, cuando vas a un concierto de música vas a escuchar a los músicos y no a hablar. Normas sencillas y de sentido común que permiten que la convivencia sea mejor. Cuando es necesario hacer estas campañas es un reflejo de cómo se ha perdido el norte; es como si, por sistema, las personas se comportasen estando siempre fuera de contexto. Ya ni siquiera resulta llamativo el que por la calle se escuche la conversación del que va hablando por teléfono. Quizás es que todos venimos de una gran explosión de ruido, el famoso BigBang, y no estamos acostumbrados a desenvolvernos en esta sociedad tan ruidosa para cultivar el silencio o bien que vivimos unos tiempos donde más bien se le teme, se evita, como algo que inquieta, cuando más bien es una fuente de gran fuerza. Según un estudio muy citado, los seres humanos tenemos menos capacidad de concentración que los peces de colores. Los hombres perdemos hoy la concentración al cabo de ocho segundos -en el año 2000 eran doce-, mientras que los peces de colores el promedio es de nueve segundos. Y los peces de colores se encuentran, como sabemos, muy abajo en la cadena trófica. Me figuro que la investigación sobre los peces de colores es bastante limitada, así que los resultados sobre estas criaturas deben tomarse con cierta precaución. En todo caso, si he mencionado esta investigación es por el dato que se refiere a nosotros, los seres humanos, así lo manifiesta Erling Kagge en su libro 'El silencio en la era del ruido'. Cada vez nos cuesta más concentrarnos en un mismo tema a medida que pasan los segundos. A pesar de lo que indico, muchas personas de una forma tangencial o intuitiva cultivan a diario su propio silencio como cuando se concentran en una actividad con la que disfrutan, y llegan a fundirse tanto en dicha actividad que el mundo a su alrededor desaparece. Los seres humanos para no temer tanto al silencio debemos tener presente que, como decía Lao-Tsé, «lo que le da valor a una taza es el espacio vacío que hay entre sus paredes».