Por supuesto me he puesto los auriculares con una tonta canción de moda que no entiendo para escribirte estas líneas y no seguir llorando... Te me has muerto, amigo.

José Antonio Berrocal ha fallecido este sábado

tras resbalar en una zona rocosa en el término municipal de Parauta. Así reza la noticia en el periódico...

Eras el presidente de la Federación Andaluza de Espeleología, y desde casi un chaval lo sabías todo sobre las cuevas de esta tierra y allende Despeñaperros por arriba y por abajo de al otro lado del mar...

Eras además uno de los mejores fotógrafos que ha dado esta tierra. Un profesor, un padre, un marido, un abuelo joven y el mejor amigo, el más cariñoso y el tipo más honesto, aunque eso siempre tenga un precio que pagaste con cierta sorna tranquila y un gran estoicismo.

Quizá porque dentro de una cueva se aprende a ser estoico, al amparo de su oscuridad y su silencio, roto sólo, quizá, por el goteo lento del tiempo que precipita en alguna humedad caliza produciendo formaciones tan hermosas y surrealistas como la propia vida.

Tu mano derecha en la federación

, tu amigo de siempre, mi amigo también, quizá el hombre más bueno del mundo, José Enrique Sánchez, habla de ti en los diarios locales, recuerda cómo empezaste de reportero gráfico en periódicos que ya no existen y en las agencias de noticias que hoy siguen publicando.

En algunos de esos periódicos se cuenta que el sábado estabas con Lore, tu mujer, tomando muestras de esos pequeños caracoles que se encuentran en la penumbra de algunas cuevas de la Serranía de Ronda y que son una especie única en Europa. Ibais a presentarlos en ese encuentro de paredes verticales que estabas preparando y que se celebrará en tu nombre en Ronda en Mayo, un evento internacional en Andalucía entre el cielo del sur y la sima del tajo enganchado al hermoso puente de Aldehuela...

Todo parece tan absurdo, este espejismo de seguir vivos. Por una vez te quedaste fuera de la oquedad, haciendo fotos de la naturaleza y cuando tu mujer salió y no te vio y te llamó, te oyó metros más allá llamarla y quejarte. Quejarte tú era raro, Berro... Un resbalón de quien nunca resbala, un mal golpe que te dejó un poco grogui y dolorido hasta romperte del todo por dentro, casi sin saberlo, poco a poco hasta que llegó al monte el 112 y lo intentaron, pero tus ojos ya miraban débiles casi sin latido tu corazón, a pesar de que no te cabía en el pecho, mirando ya al cielo donde, yo que sé, quizá andas fotografiando la parte más rota y sucia de las alas de los ángeles caídos -chalauras las mínimas- Fotos de ese cielo que espero que algún día me enseñes -ojalá aún tarde porque tengo que criar a mis hijos, preocupaciones de padre viejo- con la serena socarronería de tu risa... Descansa, amigo. Descansa en paz.