No he leído "Vacilarle a un ángel", lo he releído. Lo había leído ya por entregas, por partes, racionado día a día en los últimos veinte años de compañerismo columnero con José María de Loma, compartidos en el mismo periódico, en las mismas páginas volanderas que, así lo pensamos siempre, viven solo un día.

De modo que este libro, mucho antes de ser libro, de que soñara serlo (y sobreviviera a la mortalidad diaria del periódico), yo lo leí así, por piezas, a veces en lugares insospechados. En Nueva York o en Moscú o en Potes o en Sanlúcar, en el teléfono, en el ordenador o en el periódico de papel, y algunas veces con un café en la mano, el modo ideal, el sublime.

El artículo del día se lee de ese modo (incluso, en ocasiones, hasta se escribe de ese modo). A veces con calma y otras con premura, un día cómodamente y otro en condiciones molestas. Y el columnista avezado, el que conoce el oficio, sabe que va a ser leído así y trata de hacer de lo suyo algo ameno, poner unas gotas de ironía, si está en su mano, o de humor, que ya es de altura y está reservado solo para unos pocos privilegiados.

Y ahí tenemos ya a José María de Loma, entre esos pocos privilegiados que pueden poner una nota de humor y un mucho de ternura en sus artículos. Y eso, que lo has ido viendo en las dosis diarias, lo ves luego todo junto en el libro, en este "Vacilarle a un ángel", y es cuando definitivamente lo reconoces, cuando acaso hasta te abruma un poco, e incluso te despierta el instinto de conservación y te sorprendes a ti mismo pensando que a este tipo hay que tirarlo al río con un bloque de cemento atado a los pies antes de que nos mande a todos al paro.

He releído, en este libro, la historia de mi ciudad, de mi país, del mundo, de estos últimos 20 años. La historia de los días, que lo que los periodistas aspiramos a contar, contado por un periodista que tiene un aire gentleman, que sabe guardar una cortés distancia de las cosas, como si con ellas no fuera, como se toma un caballero el aperitivo, y nos las hace llegar más humanizadas, más digeribles, más gratas.

Y si usted no ha tenido la fortuna de asomarse día a día a esa historia del mundo, del lejano y del cercano, y no ha disfrutado de esa forma de mirar la vida y contarla que tiene José María de Loma, ahora dispone de una magnífica oportunidad de hacerlo de una sola tacada, en esta colección de cien artículos, cien piezas, cien teselas que componen el mosaico. Lo disfrutará.