La Constitución para quien la trabaja. El llamado Tribunal Constitucional ha desistido durante años de su labor interpretativa, para limitarse a tocar al son que le marcaba el Gobierno de turno, sobre todo si era del PP. De repente, esa instancia celestial ha dictado una sentencia que no solo abofetea al arbitrario Manuel Marchena, sino que resucita la libertad de expresión en España. Aunque sea en términos tan modestos como la recuperación de los chistes sobre la voladura de Carrero Blanco, que contaba hasta Franco. Y tiene un mérito adicional que el TC, en una proporción abrumadora de once a uno, respalde los valores de la crítica vitriólica para perdonar a un absoluto mediocre, César Strawberry.

El cantante César Augusto Montaña tiene menos gracia que Vizcaíno Casas, por citar a un autor a quien sin duda emplea como referente. Al restaurar el liberalismo en España, los magistrados del Constitucional habrán tenido que manejar con las proverbiales pinzas en la nariz un material de la indigencia creativa de "Street Fighter, edición postETA: Ortega Lara versus Eduardo Madina". Sin embargo, la grandeza del Derecho consiste en extraer pautas sociales de la basura, neutralizando a un Marchena que difícilmente iba a tolerar que otro ser humano se llamara César Augusto.

Además de reanimar a la desguarnecida libertad de expresión, el Constitucional también frena las ansias expansivas de un Derecho Penal tiránico y por tanto incompatible con la democracia. Ahora solo queda esperar a que el cantautor absuelto sufra ataques de idéntica virulencia, y que están protegidos por la misma sentencia. El TC remite al "mercado de las ideas" de Oliver Wendell Holmes en el Supremo estadounidense. Que el público decida. Allá ustedes si disfrutan con la zafiedad vomitiva, dicen los magistrados, la Constitución no puede curar a nadie de su mediocridad. Ni siquiera tiene esa ambición.