El otro día leí en una columna de Anxel Vence una vieja cachondez de Fraga: «Pese a haber escrito muchos libros, lo que más me gusta es firmar en el BOE».

En efecto. Y digo yo que tener una columna en el Boletín ha de dar mucho gusto. Sería una columna mandona, decretante, pontificadora, muy seriota. Boletín del ordeno y mando. Claro que el lector del BOE no está para que le cuentes tu vida, las películas que ves, lo que desayunas o lo que opinas de política. Es un lector atento y con intereses. Voy a leer qué hay de lo mío. En la era digital, el BOE es on line y tiene competencia. Hay cabeceras oficiales en autonomías y provincias. Hay que ser muy lector para ser lector de decretos. Hay quien lee por decreto y quien solo escribe decretos. Yo por mi parte decreto que la lectura es un placer. Estoy leyendo 'El universo en un junco', de Irene Vallejo. Es un libro bellamente escrito, ameno, mezclando historias, ficción con ensoñaciones y con multitud de datos acerca de los libros en el mundo antiguo. Todo un placer. El BOE debería decretar su lectura en escuelas. Anoche pasé horas en vela leyendo en este volumen, entre otras cosas, la vida de Alejandro, al que fueron los romanos los que otorgaron el calificativo de magno. También me informé de esa suerte de policía, un ejército, que cabalgaba por oriente y Asia en busca de libros, pergaminos, manuscritos, para engrosar y engordar la gran biblioteca de Alejandría, esa que en el colegio nos decían era «el gran faro del saber». En la variedad está el disgusto y así pasa uno ciertos días, leyendo el BOE por la mañana por si nos han hecho la soñada carretera o han licitado un Cercanías o se han convocado unas becas o unas oposiciones y engolfándonos por la noche en las páginas de aquello que el clásico definiera como «un objeto capaz de guardar el tiempo». O sea, un libro. O una biblioteca. Como aquella de Alejandría o la de Borges, infinita, conteniendo todas las combinaciones posibles de letras y palabras y, por tanto, todos los libros imaginables. Es decir, también aquel que narra la crónica de nuestra muerte. Una biblioteca infinita, toda una profecía de internet, del mundo actual. Pero donde la gente no lee, busca. Y a veces encuentra. Como el BOE, que tiene un buscador. Podríamos poner en él el sintagma 'nuestro futuro'. Lo mismo lo ha escrito alguien ya. Por decreto. O está en nuestra mano, con infinitas posibilidades y borgianas posibilidades.