«Si yo me pongo a componer como Bach sería un tonto; el artista debe oírlo pero no repetirlo», decía el maestro Piazzolla, renovador de una música encorsetada y anclada a las formas del pasado («En mi país se cambia de presidente, de jugadores, de obispos pero el tango no se toca», sentenciaba el maestro).

Es curioso que si extrapolamos esto a otros estilos y países resulta que no andamos muy lejos de nuestros amigos argentos. Equivocarse siendo uno mismo es infinitamente mejor que tener éxito copiando lo que ya se hizo; en una sociedad actual tan seriada el viaje interior se ha convertido en unas vacaciones de lujo.

Nunca me gustó competir para estar en otras ligas; ahora bien, en el puerta a puerta con uno mismo no tengo rival, por eso el empeño numantino en no dejarme fagocitar por la teoría de «llena la nevera y luego haz lo que tú quieras». Las mil y una forma de malvivir bien sin tener que clavar la rodilla de las ocho horas y catorce pagas (muy respetable porque el que lo probó lo sabe) hace que te duela algo más que el menisco: la constante incertidumbre y la falta de seguridad te lleva a afilar el ingenio o a tirar la toalla. Recuerden que en el Nepal tienen al Yeti, en Arkansas al Bigfoot y en España la meritocracia.

Una opción es hacer algo parecido a lo que realmente te llena, tocar en varios proyectos como músico francotirador o hacer perversiones y hacerlas bien, rodeado de otros como tú a los que se les va la vida en ello. Resulta un orgullo pisar las tablas con gente que vibra en la misma frecuencia y huye como las candelas del robagallineo y se entrega en cuerpo y alma haciendo suyas las canciones de otros artistas, pero el tiempo no entiende de preferencias y pasa como el AVE que va de la capital a mi capital y que es la vía de escape para seguir creando entre el Rompeolas y Georgia On My Mind.

Tres años hace ya de mi acto de fe, tanto literal como el título de mi primer disco en solitario, sembrando entre col y col una lechuguita, encajando el bolillo del tiempo vital con el tiempo creativo y alargando los días quitándoles muchas horas de sueño. Entre medias, un libro, Doce certezas, tan inesperado como satisfactorio y que todavía está teniendo un recorrido maravilloso, un impulso que insufló las velas para seguir poniendo ladrillitos en Prueba de vida, mi siguiente disco que está en capilla y del que ya tendré tiempo para presentárselo. Ya saben que las alegrías son como un partido de baloncesto: no terminas de celebrar tu triple cuando tienes que salir corriendo a defenderte.

El eterno aprendizaje... Me dijo una vez un gran artista que había dos tipos de personas, las que son una esponja y las que se conforman con lo poco o mucho que ya han aprendido. Estás últimas están felices porque lo tienen claro; los primeros suelen sufrir un poco más, sabedores de que la mayor certeza es la capacidad de dudar. La felicidad es ese autobús de línea que pasa por tu parada un par de veces al día. disfrútenlo como yo disfruto escribiendo estos pensamientos zocatos con Libertango de fondo.