Pone uno el Telediario y está el coronavirus, inundaciones, la tormenta de arena en Canarias y Torra malencarado, sin afeitar y con ese ridículo rictus que pareciera que todos le debemos algo. O sea, es el fin del mundo y no nos falta ni el anticristo. Eso me pasa por encender la televisión. Urgen mascarillas pero para protegernos de según qué realidad. Una realidad bacteriana. Estamos expuestos a tantos peligros que no es necesario que nos los recuerden a cada instante. No tiene uno bastante con sus demonios interiores, como para que le adviertan del apocalipsis cada seis horas. El mundo se acaba a las tres de la tarde y vuelve a acabarse a las nueve. Lo bueno es que no hay Telediario a las doce de la noche. Cada vez que termina un informativo, el mundo renace. La información va camino de ser sinónimo de exageración. Lo del virus se pone serio y uno echa de menos más información útil y responsable y menos alarmismo. También echa de menos una cura, claro.

La gente se pone cachondona y pregunta en las redes si con esto del coronavirus se puede ya comer carné mechá. Solo con que se gestionara mejor lo de la listeriosis (vaya turra que nos dieron pero parece que fue hace años) ya estaríamos contentos. Le dan ganas a uno de ponerse en cuarentena de la realidad. Una cuarentena leyendo solo cosas intemporales, viendo películas y series, recibiendo visitas y mirando por la ventana.

Mi ventana tiene varios canales, igual que la tele. A veces miro y está el canal nubes. Otras veces el canal cielo despejado y en ocasiones se ve la lluvia. De noche, en prime time, mi ventana emite estrellas y a media mañana, como nadie la ve, deja pasar jilgueros y gaviotas o a algún gorrión despistado que huye de las cotorras. Una vez estaba mirando hacia la calle y surgió un poeta. Mi ventana me emitió sus pasos en directo. Sus tribulaciones y pensamientos. Le di voz y escuché algunos de sus versos. Me gustaban, pero entró una interferencia y entonces la ventana empezó a emitir señores que venían de la compra, escolares en grupo y finalmente un atasco. Los atascos son muy monótonos y ya me sé el final. Y como pitan mucho los suelo ver sin voz. Iba a retirarme de la ventana cuando vislumbré a una muchedumbre de viandantes por un paso de cebra cercano. Algunos iban con mascarillas. Estos salen en el telediario, me dije. Encendí la tele.