Él tiene cara de incrédulo. Ella, de firmeza.

—Niña, déjalo, que la vas a liar más.

—Nada, que yo al Luis le echo un cable.

—A Luis lo que habría que echarle es de la compañía, que vaya cara tiene el tío.

—Anda, pobrecito, con lo bueno y cumplidor que es.

—Pero si tú nunca te has subido a un escenario; ¡vas a hacer el ridículo!

—¿Y tú qué sabes en lo que me he subío yo, carapapa? A ver, ¿tú te has subío a la montaña rusa de Eurodisney, eh? Cuando lo hagas con dos niños y tres sobrinos, entonces me hablas de subidas€ Anda, déjame, que tengo mucha guasa y soy muy echá palante. Venga, siéntate, ya verás como todo sale bien.

—Pero ¿tú te sabes el texto?

—No; improvisaré, como hacéis los actores€ Anda, calla, ya verás cómo me aplauden. Venga, siéntate. —Se sube en el escenario con seguridad—. Muy buenas noches. Resulta que en vez de mí, debía haber otra persona. Un pedaso de actor, se lo digo yo, el Luis. Y resulta que se ha ido a la hora de comer a hacerse un empaste al dentista y bueno, él allí con la boca abierta y el dentista (que se había jalao a media mañana unas lonchitas de patanegra) venga a meter la mano dentro una y otra vez, y el aroma del jamoncito pegaíto a su nariz, y claro, el pobre es actor y eso, no cobra mucho, no le llega, y bueno, no ha podido aguantar más y ¡ñam!, le ha pegado un bocado a la mano, que ha sido sin querer, que le ha traicionado el hambre, pero claro, con eso de la anestesia, se le ha quedado la boca sin poder moverla y ahora están en urgencias a ver cómo los separan, que aunque el dentista no para de pedirle a Luis la mano, creo que no se van a casar ni nada de eso. En fin, que mientras subía yo pa esto del escenario me he dicho: bueno, esto del teatro ¿qué es?, contar historias como si fuera tu vida misma, ¿no? Y bueno, como yo no soy actriz, ¿saben?, aunque se lo parezca a ustedes (y muchas gracias), pues me he dicho, hala, les hablas sobre tu vida misma y ya está. Pues eso, les voy a contar uno de los secretos de mi vida, el que me hace ser muy feliz. ¿Que por qué soy tan feliz? Verán, todo es muy fácil, y se resume en una paradoja: para ser fiel a mi marido, tengo que serle infiel. —El público presta atención—. Verán, la cosa es como sigue: hace ya seis años que me casé con Antonio, mi novio de toda la vida. Antonio es alto, moreno, de ojos oscuros y labios carnosos. Pero chicas€ y chicos€ Lo peor no son sus labios ni su sonrisa cómplice, no. Es su voz. Sensual, varonil. Podría haberse dedicado perfectamente a ser modelo, pero a él le parecía demasiado superficial. Y nada, se puso a estudiar; hasta que sacó una oposición con el número uno, no paró el muchacho. Cuando se pone a hablar en uno de los siete idiomas que controla, me dice unas guarradas el tío, que yo cierro los ojos y me parece estar en una orgía de funcionarios de la ONU. Antonio trabaja de ejecutivo en una multinacional, y todos los días me regala una poesía. Lo que más me gusta de Antonio son dos cosas: le encanta irse de compras conmigo y cuando me ve de mala leche nunca nunca me dice: «¿Qué te pasa?, ¿ya estás con la regla?». —Bebe un poco de agua y sigue—. Antonio tiene un amigo. Se llama Paco. Paco es normalito, de estatura media, ni rico ni pobre, ni guapo ni feo. Es tan atractivo como una estadística. Trabaja en una oficina, se compra el Marca, barriga cervecera, y cuando nos acostamos se da la vuelta y, por supuesto, lo habéis adivinado: se pone a roncar. Antonio me deja ser infiel porque que he de vivir todas las circunstancias posibles, que se es infiel solo con el corazón y que él sabe que el mío es suyo. Me dice que si no le fuera falsamente infiel, le acabaría siendo verdaderamente infiel, con el corazón.

—El público está entregado. Ella suspira y dice—: A veces pienso que Antonio es tan perfecto que no existe, que estoy casada con Paco y que todo es fruto de mi imaginación. Quién sabe.