Cayetana Álvarez de España. Se basta ella sola para luchar contra el feminismo y los periodistas rojazos. Contra el nacionalismo. A la misma hora que arremetía contra La Sexta, Pablo Casado daba una entrevista amable a Ana Rosa, en Tele 5. Que pasó inadvertida. La entrevista, no Ana Rosa. Cayetana pide más, se desmarca de la línea oficial de su partido, se desmarca de las reivindicaciones del 8-M y se desmarca tanto que acaba representándose a sí misma. Un partido unipersonal. Una visión particular del mundo. Particular, que choca con la cultura de partido. No tiene más disciplina que sus lecturas. Es tan inteligente cómo poco táctil y hábil. Ella misma es un altavoz pero Casado le ha dado un megáfono. Levanta recelos en su partido. Entre los mediocres pero también entre los disciplinados. Entre los reformistas que no quieren un mensaje bordeando lo ultra. No se puede pensar por uno mismo y ser dirigente de un partido. En la curiosidad del cronista queda anotado el interrogante sobre qué hará Cayetana con los argumentarios que cada mañana le envía, a ella y a todos los dirigentes, el partido. Se limpiará con ellos alguna parte del cuerpo, si bien como ahora todo es electrónico, la acción no tiene el tacto agradable del papel rozando la piel en según qué parte.

Su primera gran batalla fue contra Alfonso Alonso, Alfonso el Tibio lo consideraba. Ya está fuera. La última encuesta sobre las próximas elecciones vascas, emitida por la ETB, da cinco, quizás seis o siete escaños en el Parlamento de Vitoria a los populares. Ahora tienen 9. Pretende unir al constitucionalismo pero está uniendo a las izquierdas, que son muchas y distraídas, frente a su emergencia. De emerger. Y de tener urgencias por decir cosas. El cayetanismo amplía la base del PP hacia la izquierda, que tampoco nos viene mal, dice con énfasis a este articulista un político de provincias bregado en el Partido Popular. Y los restos de Ciudadanos, piensa, equilibra, engulléndolos, la balanza por el otro lado. Fraga unió a la derecha. Aznar la reunió. Abascal la penetró y rompió y Rivera pegó a su puerta ora apuntalando ora arremetiendo contra ella. «Queremos avanzar, hace mucha falta, en la igualdad. Pero tenemos distintas opiniones en el partido», decía Pablo Montesinos ayer a la hora de terminar esta columna, a la que le están entrando frases desde la tele. «Distintas». Y tan distintas. La mayoría de ellas, disonantes. Y en la disonancia no están las mayorías electorales.