Saboteadores del clima. Así llama el periodista francés Nicolas de la Casiniére a los que califica de auténticos responsables de que la lucha contra el cambio climático no dé los resultados que muchos desearíamos.

Para el autor de un libro que lleva precisamente ese título (Les Saboteurs du Climat, ed. Seuil), Según De la Casiniére, los culpables de que las cosas sigan así no son los Estados, sino las multinacionales y sus poderosos lobbies.

Claro que habría que precisar que ésas no podrían actuar como lo hacen sin la complicidad de los Gobiernos, que no miran muchas veces por los intereses de los ciudadanos y prefieren esconder la cabeza debajo del ala.

Según un estudio publicado hace ya unos años por la revista científica Climate Change y citado por aquél, noventa grandes empresas son responsables directamente de dos tercios de las emisiones mundiales de gas de efecto invernadero acumuladas en la atmósfera terrestre desde el comienzo de la revolución industrial.

Los gigantes del sector de las energías fósiles son conscientes de que no pueden seguir ocultando su parte de responsabilidad en lo que ocurre pero su estrategia consiste en proponer alternativas como el gas que son sólo menos sucias que el carbón, al que, sin embargo, se sigue recurriendo.

Las industrias extractivas utilizan los mismos argumentos que los fabricantes de coches o de armamento, es decir la necesidad de mantener millones de puestos de trabajo, para defender lo indefendible desde el punto de vista de la protección de la vida en el planeta.

De la Casinière acusa también a fundaciones benéficas como la creada por Bill y Melinda Gates de asumir un papel altruista en un mundo en el que la electricidad, cualquiera que sea su origen, es "vector de civilización" mientras ha estado invirtiendo millones de dólares en algunas de las mayores compañías del sector de las energías fósiles.

Entre ellas, la petrolera texana Anadarko Petroleum, que explota diversos yacimientos en Estados Unidos, Australia, China y en Kazajstán, acusada por la justicia norteamericana de contaminación muy grave del medio ambiente, o en ExxonMobil, aunque la fundación Gates revendió ya en 2014 las acciones que tenía en esta última.

"Estamos ahí para darle al mundo la energía que demanda: gas, carbón, petróleo, todo lo necesario para hacer frente a la realidad. Somos parte del problema, pero parte también de la solución", afirmó por ejemplo el director general de la francesa Total en una cumbre sobre los negocios y el clima celebrada en París en 2015.

Mientras que el ministro saudí del petróleo, Ai Al-Naimi, se lamentaba de que 1.300 millones de habitantes del planeta no tuviesen aún acceso a la electricidad y explicaba que la prioridad debía ser el acceso de todo el mundo a todo tipo de energías.

De la Casiniére acusa, entre otras, a la sociedad francesa Perenco, que se ufana del carácter "responsable" de sus actividades de producción y desarrollo, de practicar una política en los países en desarrollo una política agresiva que "no respeta ni a los autóctonos ni el medio ambiente" en complicidad, si hace falta, con regímenes autoritarios, desde la junta birmana hasta los escuadrones de la muerte colombianos.

Se habla mucho últimamente, sobre todo en EEUU, del gas de esquisto, extraído mediante las técnicas de fracturación hidráulica, pero es un proceso en el que se producen fugas de metano, un gas que contribuye 25 veces más al efecto invernadero que el CO2.

Por no hablar de la contaminación de las capas freáticas por los aditivos químicos y las fugas de hidrocarburos o de la cantidad de líquidos que hay que inyectar en un solo pozo y que equivalen al consumo diario de agua en una ciudad de 100.000 habitantes.

Para ocultar esos y otros datos preocupantes, las multinacionales del sector recurren a los lobbies y a supuestos estudios científicos financiados por el sector, que se publican muchas veces en los medios de comunicación, sobre todo los anglosajones, y recogen luego los de otros países.

Según un estudio del Institute of Physics, del Reino Unido, hasta un 34 por ciento de los artículos sobre el clima publicados en la prensa estadounidense y un 19 por ciento de los aparecidos en medios británicos favorecen las tesis de los escépticos.

Así, en la campaña negacionista del cambio climático, que recuerda las campañas de desinformación sobre el amianto de los años treinta, tiene un papel destacado el ultraliberal Heartland Institute, de EEUU, que en los años noventa se dedicó ya al cabildeo en favor de la industria tabaquera.

El problema es la creencia de que el mercado puede solucionarlo todo, transformando en mercancía los bosques o el aire que respiramos, como escribe el autor en referencia al sistema de compensaciones financieras para la reforestación del Sur.

Es un sistema que permite en realidad perpetuar la lógica de crecimiento y destrucción de los recursos naturales de los países del Sur, es decir del mundo en desarrollo, en beneficio de los ricos del Norte.

De la Casinière compara los mercados de intercambio de carbono- el comercio de derechos de emisión- con el sistema discriminatorio de las indulgencias medievales que permitían mediante el dinero redimir a los ricos de sus pecados.