Pasa, Antonio, estás en tu casa.

-Hola Carlos, ¿Qúe tal?

-Aquí, tirandillo. Pensaba que ibas a llegar más tarde. ¿Vienes directamente del hospital?

-Sí, es que Ana se ha pasado a buscarme con una muda limpia, y la he dejado cerca de aquí, que había quedado con unas amigas para ir al teatro.

-¿Y qué tal la guardia?

-¡Bueno! Hoy he asistido un parto de trillizos. Es impresionante, nunca me acostumbro a hacerlo, siempre me impacta. Además, los papás me han regalado una botellita de Beaujulois para que me la tome a la salud de los neonatos.

-¡Olé, que bien!

-Anda, vamos a ponerlo en una cubitera, que viene un poquito caliente. ¿Y Luis, llegará para la segunda parte?

-Hombre, llegar, llegará. Había quedado con una niña del curro, creo.

-Éste es el que se lo ha montado mejor, eh. No para, el tío.

-Es que Luis es guapetón y tiene mucha labia, y la edad justa donde ni cansa lo uno ni aburre lo otro.

-Lo que es Luis es un mujeriego. No busca la cantidad: se encuentra con todas.

-Mientras le hagan caso unas cuantas.

-Oye, ¿qué ha pasado con la maceta ésa tan horrorosa que teníais en el rellano? ¿Habéis puesta una nueva, no?

-Eso ha sido cosa de Pedro, un chaval que se ha mudado a la puerta de al lado.

-¿Ah, si, cuándo?

-Llegó el mismo día que se fue Raquel a Cuba. Tiró la maceta de plástico, y al día siguiente trajo la que has visto.

-La echas de menos, ¿verdad?

-¿A la maceta de plástico?

-No, a Raquel. ¿Cuándo vuelve?

-Dentro de quince días. Van a estar una semana más en La Habana, y después va a Pinar del Río a un encuentro de plástica y literatura social.

-¿Y cómo le va? ¿Habláis a menudo?

-Dos o tres veces en semana. Esta noche le toca llamar. Un poco más tarde.

-¿Cómo a qué hora?

-A las doce y media o una más o menos.

-Uf.

-¿Qué pasa?

-Como haya empate y prórroga, ese será el momento de los penaltis.

-Tranquilo, hombre, no me voy a poner a hablar delante de la tele. Me iré al dormitorio.

-A ver, Carlos, llevamos esperando este partido meses.

-Ya.

-Y simboliza mucho para el grupo. Hace ya veinte años que estuvimos en el mismo partido. Fue nuestra última locura. Recorrimos media Europa en coche, dormimos en las puertas del estadio, nos pusimos hasta arriba y aunque perdimos, lo pasamos genial.

-Antonio, estamos en mi casa, vamos a ver el partido.

-¿Y si hay penaltis?

-Qué ganas de agobiarse, macho. Te pasa lo mismo con todo. Anticipas desastres e imaginas apocalipsis. Luego las cosas suceden y no pasa nada.

-Me siento muy solo, Carlos. Y no quiero sentirme aún más solo viendo los penaltis. Tú y yo sabemos que Luis no va a venir.

-Espera, ¿cómo que te sientes solo?

-No sabría decirte por qué. Tengo la sensación de que la vida no pasa, si no que se me va. Hace nada era médico residente y ahora estoy casi a punto de jubilarme. La gente me empieza a evitar, ven que estoy desfasado.

-Hombre, algo chuchurrío sí que estás, pero eres un gran médico.

-La ciencia cada vez avanza más rápido. Hay muchos días que, cuando hablo con los compañeros más jóvenes del hospital, procuro poner cara de entenderlos, pero no les puedo seguir. Ahora todo está en inglés, hay un montón de máquinas y yo me limito a no perderme mucho.

-¿Y Ana?

-Hace ya dos años que nos separamos.

-¡Venga ya!

-Me daba vergüenza que te enteraras. Ana y yo somos, bueno éramos, la pareja perfecta y envidiada y pasó que...

-Raquel no existe.

-No me jodas.

-Me la he inventado. Como me inventé tantas otras. Soy gay, Antonio. El vecino de la maceta no es mi vecino, es mi pareja. Se ha ido al cine con unos amigos, no le gusta el fútbol.

-¿Por qué no me lo has contado nunca, Carlos? Ya te vale.

-No es fácil. Eres de ideas rancias al respecto.

-¿Tan capullo me ves?

-No se trata de eso. Es la sociedad entera. ¿Ahora te sientes solo y desplazado? Así me he sentido yo toda la puta vida.

Antonio y Carlos se abrazan. Aunque lloran, se sienten felices.