Como ocurre con todos los automatismos que manejamos en la cotidianidad del día a día, el valor de los adjetivos, como herramientas de comunicación, nos pasa desapercibido. Y es en este sentido que cada vez que escucho a nuestros actuales representantes públicos en sus diatribas palabronas, unos como gladiadores mataleones y otros como leones zampagladiadores, me pregunto cuánto duraría cada una de sus últimamente inelegantes lides verbosas si los adjetivos no existieran y en cada ocasión debieran expresar el literal de la definición de cada adjetivo. Susto me da pensarlo...

¿Qué harían nuestros actuales líderes políticos sin la sustituible herramienta de sus groseros adjetivos envenenados que con rutinaria naturalidad esputan cotidianamente desde sus entrañas? Hodierno son tiempos de despolítica...

En este preciso momento, si alguno de ellos me preguntara, así, a quemarropa, cómo se me apetecería que fuera el resultado de sus intervenciones, mi respuesta sería tan escueta como el título con el que he iniciado mi labor escribidora de hoy, que sabe dios adónde me llevará. Fruitivo y refocilante, esta sería mi respuesta. Así me gustaría que fuera el resultado de sus oficios.

Por ilustrar el asunto con un ejemplo, si en este momento, se diera por finalizada definitivamente la peor que mala intención de construir un enhestado engendro en forma de hotel fálico violante en el dique de levante --esto ha sido un pareado con vida propia--, para la mayoría de los malagueños sería una situación altamente fruitiva y refocilante.

Pero me temo que no... Me temo que el tenor del cuentagotas informacional de más en más reboza sobradamente del abaselinado tufillo propio de las violaciones, cuya ejecución por parte del institucional sujeto agente se pretenden tan engañosamente indoloras y alevosamente calladas, como aspiracionalmente imperceptibles por el sujeto paciente, el ciudadano, que solo se percatará de la pérdida de la virginidad del dique a posteriori, o sea, cuando el dique de levante de nuestro puerto, sin posibilidad ninguna ya de llamar al 016, sea, de facto, un dique irremediablemente atropellado, forzado, abusado, vulnerado, violentado, desflorado, profanado, escarnecido, deshonrado... Y, con él, cada malagueño un poco. Ay, los talantes... Ay, los adjetivos...

Ya puestos, valga otro ejemplo. Si en este preciso momento se me preguntara qué me ha parecido la estrategia, a todas luces inútil en el sentido estrictamente profesional, del desembarco institucional turístico en Berlín con la misión de «reconducir la irreparable desgracia de la anulación de la ITB 2020 que ha puesto a Málaga y a Andalucía en "serio riesgo de muerte"», respondería que la tramoya dialéctica de la obra, en sus dos acepciones, no me ha parecido nada fruitiva ni nada refocilante, sino muy mucho todo lo contrario.

Desembarcar en Berlín como estrategia para ocupar espacio en los mass media malagueños y andaluces, en un sentido estrictamente profesional, me parece la repetición de la ya inveterada y valetudinaria bobada irresponsable de no hacer nada, so pretexto de hacer mucho más que demasiado. No sé si me explico...

Habida cuenta de las especiales circunstancias que aconsejaron la cancelación del evento por parte de sus organizadores, pretender vestir el desembarco llevado a cabo en Berlín por nuestras fuerzas turísticas de élite, ataviadas con el impostado traje de los estólidos superhéroes salvadores del turismo, que, por su propia naturaleza, están obligados a responder haciendo lo que deben por el bien de la humanidad turística, según ellos, me parece, además de una respuesta más acomodaticiamente menestral que proactivamente ejecutiva, una acción cándida y pueril, tan compleja en su fuero interno como el complicado mecanismo de un chupete, de un chupete turístico en este caso, obviamente. En síntesis, nuestra ovante actitud, por enésima vez, ha vuelto a verificar el pseudoéxtasis basado en la heroicidad ociosa, innecesaria, superficial, fútil, insustancial, vana, infundada, trivial... A más grande y vacío es el cántaro, más suena... ¿O no era así la vieja paremia?

Nuestros sucesivos máximos responsables institucionales turísticos llevan demasiado tiempo abducidos por las mismas páginas del mismo libro; demasiado tiempo atados al bucle de la menestralía menos imaginativa y más recalcitrante; demasiado tiempo secuestrados por la vetusta pulsión limitante de pasar página, acción por acción, situación por situación, escenario por escenario, cuando, desde hace tiempo ya, lo que toca no es pasar página, sino cambiar de libro.

Abordar nuevas lecturas, además de una obligación histórica, demostraría el talante fresco y esperanzado de lo fruitivo y refocilante.

¿O no?