El doctor Li Wenliang tenía unos horarios muy duros en el departamento de oftalmología del Hospital Central de la ciudad china de Wuhan. Además la paga no era muy buena. Aun así, como un buen padre de familia, se sentía feliz en su trabajo. Sobre todo por el agradecimiento - e incluso por el afecto - que le demostraban sus pacientes.

Tenía este muy amable doctor dos aficiones: la navegación por las redes sociales y los buenos platos de las grandes cocinas regionales de China. Como ya era su costumbre, cuando observaba algo que podría ser interesante para sus colegas y amigos, lo colgaba en la red. Así lo hizo el 30 de diciembre: le había llamado la atención un «cluster» de casos de pulmonía en su hospital. Los pacientes estaban aislados, ya que los síntomas no estaban muy claros. Y además parecían provenir todos de las pescaderías del mercado local. Recordó el doctor Wenliang la aparición del virus del SARS en 2002. Y así lo anunció en un post: «Siete casos del SARS en la pescadería del mercado de Huanan». Este anuncio fue un error. El buen doctor en realidad ignoraba entonces que no se trataba de un caso de SARS. Una hora después lo corrigió. En otro post afirmó que el virus de los afectados, aunque era un coronavirus, no había podido ser identificado.

Inmediatamente fue amonestado por sus superiores del hospital. Tres días después, el 3 de enero, se tuvo que presentar en la comisaría de policía del distrito. Se le acusó de haber cometido dos posibles delitos: los de haber divulgado rumores no confirmados y la consiguiente alteración del orden social. Su aceptación le permitió evitar por el momento consecuencias más severas. Aunque no dudó ni por un momento de la rectitud de sus actos. Ya en 2011 había denunciado el accidente de dos trenes con el resultado de 40 pasajeros muertos en la localidad de Wenzhou. Era obvio que el doctor Wenliang estaba convencido de que la protección de la verdad era un valor social fundamental. Y la veracidad implícita en los hechos que él había comentado en su post era incontestable: aunque por el momento las autoridades seguirían negando la existencia de un problema de transmisión viral no identificada en los casos denunciados.

El destino le tenía preparada otra prueba al buen doctor. El 8 de enero atendió en el hospital a una paciente de 82 años. Presentaba un caso de glaucoma. Aparentemente asintomática en principio, esto hizo que el doctor bajara la guardia. No utilizó la mascarilla. Después descubrió indicios de pulmonía viral en la enferma. Y también que ésta regentaba un puesto en la pescadería del mercado local. Aunque intentó tomar todas las precauciones ya era tarde. El 1 de febrero una prueba de ácido nucleico confirmó la presencia en su organismo del nuevo coronavirus. El doctor Wenliang falleció en su hospital el 7 de febrero. Tenía 33 años.

Al final de los años ochenta coincidí con un docto colega y buen amigo en una visita de promoción turística española al entonces pujante enclave británico de Hong Kong: Juan Manuel González-Badía, el que fue el gran director de turismo del Ayuntamiento de Marbella. Tuvimos unas horas libres en un domingo. Nos aconsejaron nuestros anfitriones una visita a la vecina ciudad de Cantón (ahora la llamamos Guangzhou), en la entonces hermética República Popular de China. Visitamos sus famosos y pintorescos mercados. Donde se ofrecían una increíble variedad de productos, en la que destacaban no pocas especies de animales salvajes. Sobre todo marinas. Confieso que nos impresionaron. Aquellas extrañas criaturas parecían ser más malignas y astutas que los seres humanos que las contemplábamos. Tal como hace ya mucho tiempo las pintara El Bosco en 'El jardín de las delicias'.