"Recuerdo que la infección se propaga por las gotitas de saliva que despide el que habla, tose, etc. A nuestro lado, al ser respiradas por los que le rodean, si está enfermo o convaleciente. Que se abstengan en consecuencia de permanecer en locales cerrados, mal ventilados, donde se reúne mucha gente, como tabernas, cafés, etc. Que se extreme la limpieza de las casas. Que se tengan abiertas todo el día las ventanas de los dormitorios y se ventilen con frecuencia los locales donde permanezcan durante el día. Estar en el campo el mayor tiempo posible porque el aire libre, el agua y la luz son los mejores desinfectantes en esta ocasión".

En medio de una nueva pandemia global, con el coronavirus de Wuhan como nueva amenaza universal, recobran todo el sentido posible, como si de un mágico viaje en el tiempo se tratase, las palabras que el gobernador de Burgos, Andrés Alonso, divulgaba a través del Boletín Oficial Extraordinario de su provincia el 4 de octubre de 1918. Ha transcurrido por lo tanto un siglo de aquella«gripe española», desatada en plena I Guerra Mundial y que según las crónicas pudo acabar con la vida de unos 50 millones de personas y el 1% de la población española (200.000 fueron las víctimas en un país que durante la contienda bélica internacional había permanecido neutral).

El propio gobernador burgalés proseguía: «Tened mucha limpieza de la boca y, en una palabra, seguid los consejos del médico; y desoid a los ignorantes que os invitan a beber alcohol o consumir tabaco como remedios preventivos, por ser sus efectos en esta ocasión más nocivos que nunca». Y en el mismo texto aludía a que algunos pueblos «habían cometido la imprudencia de celebrar las fiestas», a pesar de lo especificado en una anterior circular.

En concreto se señalaba el ejemplo de la localidad de Los Balbases, enclave de esa España vaciada que ahora cuenta con apenas 300 vecinos pero que por entonces rondaba los 1.200: «En pocos días llegó el número de atacados a 800, lo que nos ha servido de ejemplo. Por tanto, estoy resuelto a castigar duramente, como ya se ha hecho en algún caso, los incumplimientos de esta disposición».

Este pasado fin de semana hemos vuelto a seguir el mal ejemplo de nuestros antepasados y, pese a alertas públicas sobre estos males globalizados o los centenares de muertos que ya se habían contabilizado en China o Italia, nos pusimos por montera el mundo, nuestras vidas y las de los demás. Así tomamos las carreteras hacia las playas cual periodo vacacional. Porque dos semanas sin colegio aquí no equivale a otra cosa. Ignoramos los mensajes de nuestros vecinos italianos, los de doctores y deportistas de elite que han sufrido en propias carnes la imprudencia que acarrea no aislarse...

Y por esa osadía a la que se llega por el camino de la propia ignorancia, confirmamos que ya hemos olvidado por completo las recetas que salvaron a nuestros bisabuelos. Porque la memoria de los 1.500 malagueños a los que mató aquella gripe ni siquiera sobrevivió a sus nietos.