El cielo plomizo hace aún más evidente el confinamiento preventivo impuesto por las autoridades. Confinamiento, este neutro masculino está alcanzando en las últimas jornadas altas cotas de reproducción oral y escrita, lo cual me hace cavilar desde el mío sobre situaciones tales como clausura, encierro, extrañamiento, aislamiento. Acepciones poco utilizadas en esta urbe que ostenta el noble lema: «la primera en el peligro de la libertad», definiendo expresamente la identidad de esta urbe y la esencia de sus gentes.

En esta comprometida e inusitada coyuntura pandémica que estamos sufriendo, algunos amigos, en su retiro ineludible, han vuelto a acercarse a Albert Camus y a su obra más reconocida 'La peste'. Puede parecer macabro; sin embargo, su lectura nos invita a realizar una honda reflexión sobre el mundo convertido en la Orán de Camus.

El autor, al comienzo de la novela, nos asegura que para comprender mejor una ciudad hay que indagar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. La enfermedad y la muerte se constituyen en los ejes de esta gran alegoría literaria, que hacen trasformar abruptamente a todo el orbe. La cuarentena, rodeada de una estricta vigilancia, genera un sentimiento de miedo: «Hay los que tienen miedo y los que no lo tienen, pero más numerosos son los que todavía no han tenido tiempo de tenerlo», nos advierte el autor francés.

No obstante, la epidemia nos sirve para alcanzar la conciencia del otro; favorece el despertar en muchas personas de sentimientos profundos de solidaridad, amor e interés por los demás, los cuales estaban perdidos por un egoísmo desmedido. Ante este tiempo tan inclemente, resurjamos gracias a la generosidad, la responsabilidad y el sentimiento de fraternidad en beneficio de todos. Así sea. Yo me quedo en casa.