La tremenda emergencia sanitaria derivada de la epidemia del Covid-19 está teniendo consecuencias en todas las esferas de la sociedad. De manera paralela a la urgencia sanitaria, llegan las derivadas económicas que, sin duda, van a ser de hondo calado. Cada ámbito de trabajo deberá evaluar los daños producidos, y los que vendrán en los próximos meses, pero hay realidades que son ya ineludibles y segmentos dentro de cada línea de trabajo que están especialmente desprotegidos ya desde el primer momento en el que se ha declarado la emergencia sanitaria. Uno de esos sectores es el de los artistas. La mayoría de ellos son profesionales autónomos que sólo reciben compensación por su trabajo cuando se realiza la función o el concierto que estaba previsto. Pero, en esta ocasión, al ser las cancelaciones derivadas del cierre de teatros y auditorios una obligación por causa de fuerza mayor -la pandemia- no reciben ningún tipo de indemnización. Y la complicación es a largo plazo, porque todo lo ahora cancelado no es sencillo que se pueda aplazar o recuperar. Hay que tener en cuenta que las programaciones musicales se cierran con dos o tres años de antelación, como mínimo, con lo cual para encajar lo que ahora no se hace habría que eliminar compromisos adquiridos en los que están implicados, por ejemplo, en el caso de las giras de conciertos o compañías de ballet, decenas de ciudades, y cientos de artistas. Por lo tanto, estaremos, en la mayoría de los casos ante pérdidas de muy difícil recuperación si no hay algún tipo de ayuda estatal que minimice los efectos. La desprotección de cantantes e instrumentistas (de los artistas en su conjunto) a título individual, va unido a todo el entramado productivo de los teatros y auditorios. Me explico. La mayoría de los empleados están contratados a través de empresas de servicios y trabajan mediante un régimen de regulación horaria: si hay ensayos y funciones se genera empleo, pero si los teatros cierran, automáticamente pasan a estar en el paro. Nadie les garantiza un salario sin actividad, con lo cual los técnicos -maquinistas, electricistas, utilería, sastrería, peluquería y maquillaje y todo el largo etcétera de la enorme maquinaria de un teatro lírico- queda fuera de juego laboral a las primeras de cambio. Otro tanto pasa con muchas de las orquestas internacionales que no sean públicas. Si las giras se frenan, de manera casi inmediata pierden la liquidez necesaria para poder pagar el salario a los músicos y corren, algunas de ellas, peligro de desaparecer. En este sentido, la Mahler Chamber Orchestra -una de las más importantes formaciones camerísticas del mundo, fundada por Claudio Abbado-, acaba de emitir un comunicado dramático en el que viene a decir que, si la situación se prolonga en el tiempo, está abocada al cierre. La clausura de teatros, de temporadas líricas, de ciclos de conciertos, nos ha dejado sin una parte imprescindible de nuestra vida. Quizá sea este buen momento para que los responsables políticos reflexionen y se den cuenta, de una vez por todas, de que la inversión cultura no es un lujo, sino un derecho ciudadano. Es el momento de implementar medidas para ayudar a los artistas, como a otros sectores que estos días lo están pasando muy mal, pero también lo es de compromiso de cara al futuro. De mantener y sostener programaciones ante la recesión que se avecina y no cometer el error de la crisis anterior que se llevó por delante buena parte del tejido productivo cultural, haciendo aún más daño a la economía. El estado debe intervenir, por tanto, a corto, medio y largo plazo. Creo que Alemania marca un camino a seguir por la seriedad con la que está abordando el asunto. Ojalá este gigantesco problema ayude a la reflexión y a que las políticas públicas, culturales y sociales, mantengan criterios estables y duraderos, más allá del cortoplacismo político tan habitual y que es el que sufren las más de ciento veinte mil empresas culturales que en este país existen pese a que nadie se lo pone fácil para seguir adelante en el día a día o ante cataclismos como el que ahora nos azota.