Empezamos este retiro necesario quejándonos de que celebraciones como las de los cumpleaños serían a medio gas y, al final, nos hemos reencontrado con la impagable grandeza de los pequeños detalles. Nos lo ha demostrado ese reciente Día del Padre en el que, por ejemplo, mi hija Olivia nos regaló una sonrisa incontrolable bien temprano al preguntarnos cuándo era el Día de la Hija. Y, luego, al llegar a la meta que ponía fin a una larga jornada de teletrabajo, encontré sobre el mueble del salón un dibujo que me llevó en volandas toda la tarde-noche. Casi sobra añadir que me hizo más ilusión que cualquier objeto material y me transportó a ese planeta llamado emoción al que subimos y bajamos como en la montaña rusa. Sobre todo, ahora que todas las generaciones que superamos la treintena de años celebramos cada nueva mañana que despunta el Día de los Padres. Agradecemos, como si no hubiese un mañana, que sigan ahí soportando con sabiduría ese mundo al revés que construyen las regañinas y consejos de sus hijos.

A mi padre, como a mi madre, no solo le agradezco el aire que respiro desde que aparecí en este mundo un domingo de mayo de 1979 en el que mi pueblo celebraba su romería. A él también le debo el oficio que me tiene ahora mismo aquí abrazando estas palabras. Y no, precisamente, porque fuese periodista y me inoculase el veneno de esta profesión. No. Él simplemente es un gran padre que, mientras repartía bebidas y comestibles, supo percatarse del interés que, desde que mi vecino 'Salvador el de los helados' me regaló aquel libro del Mundial del 82 cuando yo no sabía ni leer, siempre le presté al papel impreso y a la magia en el aire de la radio. En tiempos en los que a mi 'Macondo del Becerro' solo llegaba un periódico local, mi padre encontraba en cada uno de sus viajes a los polígonos industriales de Málaga -por carreteras en las que se tardaba el doble que ahora- un kiosco abierto para conseguir ese 'As' sepia y grapado que dejaba sobre mi mesita de noche porque sabía que, al despertarme, lo iba a leer con entusiasmo antes de ir a la escuela. Además, en su furgoneta cargada de cajas de tónica Schweppes, cerveza San Miguel o leche Puleva, me fue presentando a las voces de Radio Nacional. A Javier Sardá y el señor Casamayor, Julio César Iglesias, Alejo García, Eduardo Sotillos, Antonio San José, Magín Revillo, Nuria Guitart, mi maestro Joaquín Alarcón, Manolo Ferreras, Manolo Pedraz, Juan Manuel Gozalo, Ana José Cancio, Santiago Peláez, el recién fallecido Chema Candela... Y al escucharlas, como ante aquellos diarios que leía un día después, aquel niño de pueblo soñó despierto.