Viene muy fuerte. Más de lo que nos dicen, porque noticias tan deprimentes conviene graduarlas, aunque nunca esconderlas. Ya sabemos con certeza que la frase de que «lo peor está por llegar», que repiten las autoridades, encierra una catástrofe sanitaria como nunca vimos aquí, dado que las epidemias africanas las sentimos demasiado lejos. Hay que pedir perdón. Para Ángela Merkel, «este es el mayor desafío que ha tenido Alemania desde la Segunda Guerra Mundial». Lo dice desde un país que multiplica las camas de UCI que tiene Francia o España, aunque con 83 millones de habitantes.

Viene muy fuerte y hay que estar a la altura del reto con entereza; pero no todo el mundo lo está. Quim Torra ha acudido a la BBC a repartir mentiras: «Quiero confinar Cataluña, pero se opone el Gobierno de Madrid». Le ha replicado firme la ministra Margarita Robles que «miente y es un desleal»; pero le ha respondido rotundo el pueblo de Cataluña, en varias encuestas, que confía más en el Gobierno del Estado que en la Generalitat. Nunca antes se había visto. Torra está muy acabado, mientras su jefe, Carles Puigdemont, retuitea a Clara Ponsatí, capaz de escribir en redes «De Madrid al Cielo», mientras en la capital mueren a diario docenas, sino cientos, de personas. Cruel.

Lo que no retuitean estos personajes es un vídeo, de autoría contrastada, en el que una oncóloga, que dirigió el Servicio Catalán de Salud, y el actual jefe de cirugía del puntero Hospital Clinic de Barcelona, piden mascarillas, batas, guantes y demás material imprescindible en los hospitales. Médicos catalanes de prestigio pidiendo ayuda desesperadamente, desatendidos, frente a dirigentes políticos desacreditados, pero con poder aún, ajenos al desastre, instalados en la mentira y en la ofensa. Solo les interesa la independencia. No es extraño que una mayoría de catalanes, entre ellos muchos independentistas, ante este desastre, confíe más en el Gobierno de Madrid; ni extraña que la alcaldesa de Barcelona Ada Colau pida más ayuda al Ejército español cuya unidad de Emergencias desinfectó ya el aeropuerto de Barcelona.

Viene fuerte y algunos dirigentes políticos, en Madrid, podrían ahorrarse algunas actuaciones. La ciudadanía no entiende por qué el vicepresidente Pablo Iglesias se saltó la cuarentena impuesta por un caso positivo en su casa, la ministra Irene Montero. ¿Con qué autoridad se pide después sacrificio a los ciudadanos?

Entretanto, se suceden los gestos de solidaridad, las donaciones y esos aplausos por las noches en las ventanas como homenaje al personal sanitario. «Esto es la Tercera Guerra Mundial y somos soldados en primera línea», declaraba uno de ellos. Gratitud infinita. Profesionalidad admirable. Valor probado.

Y gracias también a los donantes, desde pequeños empresarios hasta Amancio Ortega con sus trescientas mil mascarillas. No merece la mezquindad de algunos, como Monedero, que aún lo critican en redes.

Viene fuerte. Al menos, que sea una «catástrofe emancipadora», término que acuñó el sociólogo Ulrich Beck en «La sociedad del riesgo». Hay catástrofes que liberan dando paso a una nueva sociedad. Quizás, después de esto, respetemos más a sanitarios e investigadores; cambiemos formas de consumo; comamos con mayor cuidado; entendamos que la tragedia climática temida no es exageración... Esperanza.