La historia está plagada de héroes anónimos que pasan desapercibidos; héroes que rompen los cerrados círculos de los viejos hábitos y los rejuvenecen; héroes nacidos con una misión primigenia que avanzan y avanzan, y multiplican sus misiones hasta convertirlas en cinco, diez, cincuenta, cien, mil, infinitas misiones distintas y diversas. Y siempre son útiles.

El héroe al que hoy elogio, en su trasfondo tiene mucho de Platero, el de Juan Ramón. Como Platero, por su blandura, entre los niños es como un juguete. Y es pequeño y suave, como de algodón, y capaz de beberse dos cubos de agua con estrellas, de una vez, como Platero. Si hubieran compartido época, estoy seguro de que Diana, aquella perra blanca como la luna creciente y la vieja cabra gris y las mariposas del inspirado Moguer de Juan Ramón, habrían compartido con este héroe los juegos que compartieron con Platero. Incluso Platero, a solas, habría compartido juegos con él.

El héroe sobre el que escribo es un héroe en el oficio de la delicadeza. Tan recio como el acero cuando es bien tratado, como frágil y quebradizo, como la escarcha, cuando es maltratado. El maltrato lo desequilibra y lo convierte en un héroe transido, endeble, inestable... y demuestra que es un héroe humanizado que da fe de que entre el héroe indestructible y el héroe destruido solo media el trato respetuoso en su caso.

Los verdaderos héroes se quiebran cuando vuelan, y tienen ciclos de vida, y sufren desgaste, y mueren. Y son héroes porque a pesar de ello cumplen su misión, sin necesidad de luz ni taquígrafos. Alguna vez hasta hubo héroes en la política, dicen, pero ya no, ya no... El día en que la política se convirtió en un oficio proveedor del pan nuestro de cada día pasó a ser la vulgar antinomia de la heroicidad con mayúsculas. Insubsanable error este.

Si hubiera de pronunciarme en cuanto a la primera condición de la heroicidad, creo que me decantaría por la de ser útil. Un héroe inútil no es un héroe; para inútiles ya estamos nosotros, los no héroes que respondemos fielmente a la definición del sapiens. Incluso a los héroes llamados a actuar en los aspectos más sutiles del ser humano, esos que residen en el mundo de lo transpersonal que mora más allá de la amígdala cerebral, les es exigida la cualidad de la utilidad para mantener su estatus heroico.

El héroe de hoy en estas letras es un héroe silente, capaz de empapar las lágrimas de todos los ojos, especialmente las de los ojos que nunca lloran. Un héroe que no invade, sino que espera a ser llamado, que siempre responde cuando es requerido. Un héroe sin ego que pasa desapercibido, del que pocas veces hablamos, porque cuando apelamos a él lo hacemos desde los recovecos más íntimos de nuestra yoidad no compartida.

El agradecimiento a los héroes del calado del que expreso solo aflora en situaciones límite, en situaciones especiales en las que el sapiens toma contacto con su consciencia y por decantación hace consciente la innegable realidad de los héroes que lo asisten. Me refiero a situaciones de alarma como la que vivimos hoy en el mundo civilizado.

El estado de alarma que vivimos da fe de que el ser humano se mueve por resortes comunes basados en el trinomio necesidad-estímulo-respuesta, que viene a demostrar la prevalencia de sus respuestas en función de la participación de las otras dos variables.

La simple presunción de la posibilidad de vernos obligados por ley a vivir un periodo de confinamiento puso en fila a algunos de los héroes que nos defienden, de los que, repito, no tomamos consciencia mientras interactuamos en el sistema que obedece a la cotidianidad del día a día. Cuando la presunción a la que aludo tomó cuerpo como estímulo, el sapiens respondió poniendo en orden sus necesidades, de las que este humilde escribidor que se dirige a usted, amable leyente, infiere científicamente que en situaciones de confinamiento el primer héroe al que invocar, sin paliativos, es el papel higiénico, que, diríase, es el gran satisfactor de nuestra primera necesidad en tiempos de confinamiento, que parece ser que reside en el culo, lugar éste en que albergamos el principal reservorio de nuestras neuronas.

Por él, por ellos, gritémoslo a los cuatro vientos:

¡Viva el culo! a

¡Loor al papel higiénico, nuestro héroe!