Desierta cuando debería estar colmada. La calle Larios descansa. Los cofrades recuerdan que la cuarentena oficial terminará el Domingo de Resurrección. Todo un símbolo. Es la gran metáfora de haber pasado una de las plagas bíblicas. O cíclicas, tanto da. Si no se prorrogase de nuevo otras dos semanas.

El significado de la palabra cuarentena es muy antiguo. Los griegos ya lo conocían y toda plaga sanitaria provocada por algún mal interno duraba, más o menos, con su valle y su cresta, de cuatro a siete semanas. 40 días de media. Aunque el vocablo en sí parece latino. Quadraginta y luego qadragintana y total, 40 días.

Cuaresma, ya que hablábamos de domingo de resurrección y deberemos hablar ya, y aunque todavía nos quede pasar lo más duro, de la resurrección económica y social -triste, dolorosamente, habremos de aceptar que la resurrección de nuestros seres queridos a quienes les robó el último aliento la enfermedad sólo se producirá en nuestro recuerdo- La resurrección de una sociedad sometida a pandemia, en esta ocasión por coronavirus. Tras la cuarentena. También son 40 días los que van desde que termina el Carnaval, el miércoles de ceniza (aunque por estos andurriales el carnaval termine a veces después) y el comienzo de la Semana Santa, que este año no llenará las calles nuevamente. Y sin salir de la Biblia, también 40 días duró el ayuno de Jesús en el desierto, resistiendo tentación a tentación del caído, ese ángel que, como siempre, pasaba por allí. Y 40 días se quedó Moisés en todo lo alto del Sinaí tal y como refiere el Éxodo en el capítulo 34, versículo 28: "Y Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches. No comió pan ni bebió agua. Y escribió en las tablas las palabras del pacto, los Diez Mandamientos".

40 días duró el diluvio universal y una cuarentena, días arriba o días abajo, durará esta crisis sanitaria que habremos luego de remontar como una piña. Que habremos de remontar siendo mejores y siendo menos de los que éramos. Por ellos, precisamente, habremos de salir mejorando el sistema entre todos y mejorando cada uno de nosotros por dentro.

Estoy absolutamente convencido de que, lo primero que debemos hacer para conseguirlo, es terminar con el atrincheramiento político. Irrespirable también en estos días cruciales que estamos viviendo y los que nos esperan por vivir. Decir 40 no es decirlo para que unos recuerden el franquismo y otros los años que llevaba gobernando el PSOE en Andalucía.

El desbarajuste desinformativo, los bulos en el momento de mayor responsabilidad pública, la aparente debilidad del estado frente a una realidad desbordante y unos mercados€ ¿"agresivos"?, las decisiones de territorios por su cuenta reproduciendo los mismos errores del centralismo pero pocas de sus virtudes, pero, sobre todo, la furia con que unos y otros se zurran sin poder esperar al día después, mientras los que de verdad sabían algo y lo complementan día a día y los que hacen por los demás se la juegan, aunque también les esperan hijos y pareja en casa. Y€

A todo esto, mientras escribo, leo que mi muy querido Dani Rovira está tratándose con quimio de un cáncer tipo Linfoma de Hodgkin. En el tuit en el que él mismo ha dado la noticia, con el valor personal y cívico que le caracteriza, hace referencia a Pablo Ráez, a quien, Siempre Fuerte, muchos no daremos jamás por muerto.

-Dani, me acabas de sacar de la obsesiva perspectiva del coronavirus. Ponte bueno. Abrazo enorme y malagueño con sabor a croquetas del bar Hermanos Rodríguez.

Y es que la vida es mucho más poliédrica y grande que esta pandemia puntual en la historia de la humanidad, de la que todos formamos parte. Una pandemia contra la que debemos luchar para salvar la vida, pero, fundamentalmente, para salvar las vidas de los demás. Quedándonos En Casa.