'Diario de un lector', por Félix Álvarez Martín

Desde el primer momento pensé que para algunos la reclusión en sus casas aquellos días sería una experiencia aciaga y anodina. A mí no me importaba, mis libros me acompañaban. Tenía lecturas esperando pacientemente -como el que lo hace en la sala de espera del doctor- junto a mi sofá. Recibí por Whatsapp ofertas variadas de bibliotecas enteras que ponían a mi disposición, a través de los nuevos medios tecnológicos, las obras literarias más relevantes de toda clase de géneros y, en mi hogar, acompañado de mi familia, decidí escribir; leer y escribir.

Quizás la única decisión que tuve que tomar fue por donde empezar. Elegir un clásico o alguna de esas novedades que cuidan de sus ventas y olvidan el lenguaje literario o, por el contrario, rebuscar entre los amontonados libro de la biblioteca en el desorden que fueron feneciendo para resucitarlos nuevamente y traerlos conmigo a mi mente y viajar juntos donde ellos me llevasen aun sin salir de casa.

Los temas de la guerra Civil me atraían si eran tratados de forma tangencial y en la retaguardia. Como aquellos libros en los que no se ve la guerra pero se palpa. Se siente con ellos que los protagonistas padecen pero no hay ni tiros ni bombas, solo escasez y hambre. La sangre no es de color rojo ni brota por el cuerpo, el miedo la hiela. Los gritos por el pánico son contenidos y los suspiros apagados. Esas son las que nunca olvidas, las que no se limitan a contar una historia sino que ellas pasan a formar parte de la historia de tu vida. Ocuparán un lugar destacado en tu desvencijada y destartalada biblioteca, un espacio reservado en tu memoria, y ensancharán tu corazón... Olvidarás los quiebros del relato, los detalles de la historia, los personajes, pero guardarás para siempre las emociones en el frasco de tu alma en el que se impregnan los recuerdos. Allí permanecerán siempre acompañándote para aflorar, bien en forma de bellas palabras o bien en forma de lágrimas, inundando tu sensibilidad y haciendo de ti un ser más ser, a quien más importe ser que tener. ¿Y pensar que esta experiencia anodina pueda ser una oportunidad de conocerte?. ¿Has imaginado cuántas emociones contenidas en esos libros a tú alcance? Pasas a su lado, no te detienes, los ignoras, aparentando ni siquiera oír que te llaman. Se ofrecen a ti, para acompañarte y tú, con soberbia irreemplazable, prosigues adelante sin ni siquiera darles la oportunidad de emocionarte.

Gustaba decir el gran maestro Jorge Luis Borges que siempre que pensaba en el paraíso, pensaba que debía ser un lugar muy parecido a una librería. ¡Y cuánta razón tenia! La razón del libro por ser capaz de emocionar. Única sensación que impregna de forma silenciosa y sosegada, a dosis de letras ordenadas que, con lectura pausada, con la fuerza de la palabra penetra sin dañar, se recibe sin estridencias y que junto con la música es capaz de construir hermosos cantos líricos.

Un mundo de posibilidades, aun sin buscarlas se abren ante ti, solo tienes que acercarte. Un mundo en el que la fuerza inmanente de la palabra genera eslóganes causantes de las mayores glorias y catástrofes de la humanidad.

«El libro de los secretos olvidados».