Nos piden que no hagamos nada, y eso sí lo sabemos hacer. Llevamos doce días en arresto domiciliario y no se ha parado el mundo. Poco se habla de nosotros, los prescindibles de esta crisis. Pero los de verdad, los que nos comportamos como mayoría silenciosa. Un aplauso para quienes preferimos confiar; para los que deseamos el mejor de los desenlaces para ese paciente de coronavirus que milita en nuestras antípodas ideológicas; para los que no vamos a diario a comprar el pan y creemos que en los hospitales se trabaja con buena voluntad; para los que nos abstenemos de insultar desde la ventana a quien camina por la calle porque no sabemos si va al tajo. Los crédulos. Somos legión, aunque no nos aplaudan desde los balcones. Nos conformamos con que no nos dediquen una cacerolada. No tenemos una teoría pulida armada sobre cuándo debió el Gobierno comprar un arsenal de mascarillas. Sufrimos por los muertos, y por quienes les han ayudado en el traspaso, pero no a bombo y platillo. Acumulamos tantos defectos que solo vemos las virtudes de quienes dan un paso al frente en esta pesadilla sin precedentes. Poco se habla de nosotros, gente del montón, y menos se debería hablar. Nos han pedido que matemos al bicho por pura inacción, que seamos vacuna, pues seamos. Y mejor, una vacuna silenciosa.

Pero están los egos que arden. ¿En serio le llaman a esto aislamiento? Cualquier ser huraño ha recibido estos días más información indeseable de gente que no le importa nada que nunca antes en la vida. Yo me aburro. Yo he perdido este proyecto. Tú nunca hubieras venido a ver mi truño de obra de teatro voluntariamente y pagando, pues te la tragas vía whatsapp porque soy un creador solidario. Yo necesito una hora de ejercicio. Yo me quiero ir a mi casa de campo. Yo te largo mi diatriba y luego te la repito por Instagram. Yo así no puedo. Yo te bombardeo con mensajes de voz sobre mis problemas. Yo paso pena por esto, y por lo otro. Pues mi primo sí que es un héroe. Pues mi madre más. Yo creo que debes comprar cestas de verduras ecológicas, el planeta nos está mandando un mensaje. Yo te vendo esto otro. Firma para que Amancio Ortega se meta su dinero por donde le quepa. ¿En serio? A mí si Amancio Ortega hace una donación de algo útil en un momento de emergencia no me parece mal, pero qué sé yo. Firma por internet para que le den el Princesa de Asturias de la Concordia. Hombre, tampoco es eso.

Nunca estuvieron las calles tan silenciosas y soportamos tanto ruido puertas adentro. Qué afán de protagonismo, de trascender. Todo el mundo refiere lo que está haciendo cada día de su encierro como si fuera un poema épico. Un arsenal de pequeños gustos y disgustos atacando con aguijones tóxicos al verdadero espíritu crítico. Vale la pena resistir quince días en una vida corriente, perfectamente secundaria, mientras los imprescindibles hacen lo que deben para que vuelva la normalidad.