A principios de este año, en mi móvil tuve unas cuantas veces 'repe' el vídeo del programa La Resistencia en el que Dani Rovira se arrancaba con el 'dialecto' del pueblo de su padre: el 'almargeño'. Me lo enviaron desde distintos puntos de España amigos varios que, como junto a otros lugares de la zona citaba a Cuevas del Becerro, se acordaron de mí. Enseguida, lo atribuí a uno de esos milagros que -desde que hace más de una década apareció con sus monólogos en nuestras vidas- propicia este malagueño tan auténtico que ha sido capaz de poner a todo un ministro de Cultura a preguntar en un bar de menús por unas sabrosas albóndigas 'made in Carretera de Cádiz'.

Esa mirada tan personal y coherente ha atravesado, sin aspavientos y guiada por su deseo de seguir siendo el mismo, su relación con la ciudad mediterránea de la que partió su viaje por la existencia humana. Lo dejó claro, por ejemplo, cuando en 2012 le tocó ser pregonero de la Feria de Málaga y antepuso su conciencia al protocolo. Aquella noche, con los fuegos conteniéndose en el cielo de La Malagueta, le recordó la crisis al alcalde y tuvo presente a toda la gente de su barrio o a personajes tan de la calle como El mocito feliz y el fallecido cantante de Tabletom Rockberto.

Así es Dani Rovira. Hasta cuando los picos de fama han situado sobre su horizonte cotidiano la guadaña de los paparazzis, ha intentado comportarse como alguien normal y decir en cada momento lo que realmente piensa. Ha actuado como un ciudadano al que ni cierta sobredosis taquillera -con apellidos vascos- le removió los cimientos de unas prioridades en las que la solidaridad innata, que ahora se aprieta en su piel con la pulsera de la Fundación Ochotumbao, emerge siempre en la cúspide de la pirámide elegida.

En sus rutinas, por muy atestada que tenga la agenda, siempre hay algo de tiempo para un compromiso animalista, especialmente perruno, que amplifica la labor de las protectoras. Y para trances físicos en los que su capacidad de ayuda y superación no le teme a los retos que lanza el deporte extremo.

Cada mes de diciembre, desde que el Alameda todavía era un teatro más que luchaba por la supervivencia, Dani Rovira se ha subido unas cuantas tardes al escenario de la malagueña Calle Córdoba para que la recaudación le diese aire a determinadas ong's de esta tierra que, como este cómico distinto, no dan un paso sin pensar en los demás.

En tales veladas siempre quedó claro que, antes de embutirse en el traje de Superlópez, el monologuista malagueño ya había adquirido sin pretenderlo ciertas hechuras de superhéroe. Que tenía ciertos poderes y, luego, estos se multiplicaron cuando conoció a un paisano suyo llamado Pablo Ráez y se abrazó a la impagable filosofía del 'siempre fuerte'...

P.D.: Mucha fuerza, Dani. Te la envía uno de Cuevas del Becerro que no entiende su infancia sin la alegría que traían a nuestra feria los instrumentos sin oclusivas de la banda del 'Zauzeho'.