El virus social de la culpa jamás ha llegado a ser analizado a fondo por la antropología. El núcleo más íntimo del virus es que quien padece un mal es culpable de ese mal, y a partir de ahí viene la familia de virus, en círculos concéntricos: quién de modo involuntario lo contagia es también culpable, e incluso lo es quien lo combate imponiéndonos sacrificios para hacerlo. El mal contamina a quien anda cerca del mal. De este modo China es culpable ante el mundo, Italia y España ante Europa, Madrid ante España, los núcleos urbanos ante las zonas rurales, un viandante tosiendo ante la calle por la que pasa y el vecino constipado ante la comunidad de escalera. A golpe de culpa ajena, como un conjuro, creemos ir apartando de nosotros el mal, pero estamos expandiendo otro que puede acabar siendo todavía más grave. Combatirlo no es fácil, pues nunca lo es mirarse al espejo y verse de veras.