No se sabe muy bien si es lunes, martes o domingo; los días se han vuelto indistinguibles y pasan anónimos uno detrás de otro esperando que llegue aquel que rompa filas y nos devuelva el mundo que nos ha arrebatado esta crisis. Se parecen demasiado todos, calcando la rutina y los rituales de balcón, google, gráficas, todo sigue igual excepto los números que suben igual que aumenta la tristeza por los realmente afectados y el agradecimiento por aquellos que luchan sin descanso.

Se parece esto un poco a aquella película en la que Bill Murray se quedaba atrapado en el tiempo sin poder llegar al día siguiente, todas las mañanas se despertaba parando el despertador a la misma hora y todo se repetía sin solución de continuidad. Estaba además encerrado en el peor escenario posible (para su personaje) en un remoto pueblo donde tenía que cubrir una nimia noticia sobre cuándo empezaría la primavera a partir del errático comportamiento de una pequeña marmota.

Igual que él, no importa lo que haga, que ayer y hoy se confunden con anteayer y mañana en una suerte de pesadilla de la que no parece fácil despertar. Pero al menos sabemos desde el principio cómo salir de este bucle, dónde está la salida, y en eso llevamos ventaja, sin embargo no vale con hacer un día perfecto sino que hemos de encadenar muchos seguidos quedándonos humildemente en casa sabiendo que la solución está en manos expertas y que las nuestras no pueden más que empeorar y enturbiar el problema. No aprenderemos idiomas, ni a tocar el piano probablemente en este tiempo pero seguro que somos muchos los que estamos sacando lecciones de este encierro y será difícil que no nos mejore como personas, que no nos vuelva más humanos y solidarios tras el impagable ejemplo que nos están dando todos los días los servicios sanitarios. Este es mi aplauso.