'El mal', por José Luis Raya

Las mañanas amanecen frías y caliginosas, el cielo plomizo parece desvanecerse y estallar enmudecido en mil añicos. Desde mi atalaya, contemplo los páramos desiertos y el campo que se sacude la humedad metálica que lo deja todo entumecido. Otro día más, mustio y gris, que parece prolongarse en la lejanía hasta el infinito. El mundo sigue absorto ante la invasión de almas procedente de un mal sueño. Nadie logra salir de su asombro absoluto, nadie termina de asumir esta pesadilla coronada por la oscura parca que va asolando las tierras sin piedad.

Los memes y las bromas ácidas, de mal gusto muchas de ellas, que se mecen con su risa desquiciada por todas las redes van mermando: al principio fue una inesperada visita similar a un jarro de agua helada, después la guadaña no se intuye tan lejana y empezamos a escuchar su centelleante corte en nuestra nuca. Ya nos empiezan a molestar: la risa se trueca nerviosa.

Nos debatimos en mil interrogantes, indagamos hasta la raíz más profunda y, como no hallamos alguna respuesta asequible, confeccionamos cientos de conspiraciones peregrinas que nos hagan comprender lo incomprensible. Estamos siendo aleccionados para combatir el mal, que nos acecha en cualquier esquina y ante cualquier descuido, con unas pautas muy básicas y comprensibles para todo el mundo. La más importante es que nos refugiemos permanentemente en nuestras casas como en las contiendas bélicas del siglo anterior, puesto que el mal puede estar incluso flotando en el aire, hasta que pase la cuarentena. Ante esta desquiciante espera, la mente elucubra nuevamente mil y una hipótesis que otorguen cierto sentido a este sinsentido, que nos ha llegado como un repentino ataque al corazón. Supongo que la misma cuarentena dispone de su misma fase de aceptación, que tarda en llegar, y nos aferramos algunos a lo de la paciencia es la madre de la ciencia, ¿o era la experiencia? En cualquier caso parece que la ciencia se ha quedado huérfana, pues podemos presumir de la más avanzada tecnología y no disponemos de una vacuna que al menos inocule el miedo, ¿o acaso no la tienen en sus manos desde el primer momento en que esparcieron el mal? El mal que destruye la vida y la estruja hasta dejarla seca como una pasa. Los que peinamos canas podemos escuchar su lúgubre susurro, podemos percibir asimismo la inquina de unos cuantos insensatos que no les importa ni su propia vida, quizás porque siempre ha estado vacía.

Algunos vislumbramos cuando éramos felices antes de nuestro obligado confinamiento -similar a lo de la soledad escogida y obligada- y recordamos nuestra pesarosa rutina con cierto cariño; aquellos miran hacia adelante y saben esperar; otros, pusilánimes, bajan la cabeza y se ahogan en su propia depresión porque no divisan la luz al final del túnel y su trabajo o su negocio ve que desaparecerán; estos critican permanentemente la actuación del gobierno; los otros ven una gran oportunidad para remontar la intención de voto; otros van sembrando la discordia con su maldita independencia; aquel se salta su confinamiento para que no nos olvidemos de que existe; la una que esto se veía venir; la otra que nadie se esperaba una cosa así. Seguimos siendo lo que somos: solidarios la mayoría, inconscientes unos cuantos y otros unos mal nacidos que solo piensan en sí mismos.

De toda crisis debemos aprender algo, aunque sea a corto plazo, puesto que después olvidamos lo aprendido y volvemos a tropezar con la misma piedra.

En primer lugar debemos aprender a convivir con nosotros mismos y resurgir como el Ave Fénix, aprender que aquello que cae puede remontar el vuelo y elevarse mucho más que antes porque emerge con espíritu renovado. Desmembrar la resiliencia, que quedó adormecida, y esparcir sus miembros por cada rincón de nuestro hogar, estrujar y bebernos hasta la última gota de su caldo vivificante. Debemos aprender a mirar el nuevo mundo que brotará ante nuestra mirada asombrada y a valorar las pequeñas cosas que antes pasaban desapercibidas. Tendremos que sacudirnos las telarañas de nuestros prejuicios que nos encorsetaban y nos impedían disfrutar de la vida sencilla.

Seguramente valoraremos e impulsaremos con nuevos bríos otros conceptos que se habrán quedado obsoletos y volveremos a mirar a los ojos a aquella persona que dimos de lado, quizás por minucias, quizás por malentendidos recubiertos por la ponzoña que escalda la soberbia. Veremos que esos malditos ahorros no sirven para nada puesto que no los disfrutas. Te sorprenderás de lo valioso que puede ser el perdón, sobre todo si te perdonas a ti mismo. Lucharás por respirar un aire limpio y sano y aceptarás y respetarás al diferente, o al que provenga de un lugar distante, donde reina el sufrimiento y la miseria. Desearás que el poderoso proteja al débil y no lo masacre, ayudarás al pobre en su desolada pobreza y echarás una mano al que anda perdido. Reestructuremos las escalas de valores en función de su definitiva importancia. Trabajaremos por levantar una sanidad pública que afronte con éxito estos devastadores retos pasados porque otros podrán acecharnos de nuevo y lucharemos por una educaciónpública que se desembarace de tanto ignorante y pobre de espíritu, de egoístas o incautos que ponen en peligro la vida de los demás, de maltratadores, de abusones que aprendan a respetar y a cooperar, de incendiarios, de altivos y mezquinos que pueblan nuestras ciudades, pueblos y aldeas, una Educación que elimine a los corruptos y a los instigadores, los soberbios, los miserables y los violentos. Trabajemos por una sanidad que cuide de nuestros mayores, puesto que ninguno merece un final tan indigno como han tenido estos días pasados, que han muerto en la más absoluta soledad y también prematuramente, puesto que podrían haber disfrutado de más tiempo de vida; cultivemos una educación que los valore mucho más, puesto que son nuestras raíces y nuestra fuente de vida: una sociedad que no cuida a sus ancianos está abocada al fracaso y a su propia autodestrucción.

Esperemos que el Mal revierta en Bien y que no volvamos a tropezar con la misma piedra: desechemos igualmente este anquilosado prejuicio definitivamente.