Estamos divididos cuando más unidos debiéramos estar. Es patético. Los norteamericanos y los chinos se han enzarzado en un penoso espectáculo en torno a la pandemia que nos asuela. En lugar de poner a trabajar juntas a las dos industrias más potentes del mundo en medicina, resulta que se encaran sobre responsabilidades y se embarcan en masivas campañas de propaganda.

El virus comenzó en Wuhan y de esto no hay duda, pero no es justo llamarlo «el virus chino» como hace Donald Trump porque los virus no tienen nacionalidad, no necesitan pasaporte y no se detienen delante de alambradas o muros como el que quiere erigir junto al río Grande. Su comentario es racista y denigrante para la población de origen asiático en los mismos Estados Unidos. Estas cosas son muy peligrosas y no hay que tomarlas a la ligera pues al parecer se han detectado intentos por parte de grupos supremacistas blancos de echar la culpa de la pandemia a los judíos (?), lo que recuerda a los pogromos medievales en la absurda búsqueda de chivos expiatorios.

Lo cual no quiere decir que China no tenga responsabilidad porque la represión, el miedo y la opacidad propias de una dictadura autoritaria dificultó alertar sobre el Covid-19 en sus comienzos como bien sabe el doctor Li Wenliang, castigado por dar la voz de alarma. Si se hubiera actuado antes, probablemente se hubiera podido evitar su expansión. Y como el Partido Comunista no puede errar por principio, porque eso ataca a la propia esencia del régimen, se ha desviado la responsabilidad hacia las autoridades locales, en el plano interno, y se buscan también culpables internacionales que encuentran receptividad en los eternos partidarios de las teorías de la conspiración: como la estupidez de que fueron soldados norteamericanos los que llevaron el virus a Wuhan.

Pero si la responsabilidad inicial de China es evidente, no lo es menos que luego ha luchado con eficacia contra la pandemia aunque no con tanta como Taiwán o Corea del Sur... que son democracias. Un estado autoritario y centralizado es capaz de movilizar recursos ingentes en plazos de tiempo muy cortos porque no se detiene ante nada, todo el mundo obedece, nadie rechista y así construye un hospital de mil camas en diez días, lo que ha admirado a mucha gente (la UME ha hecho otro en Ifema). Y luego China se ha lanzado a una descomunal batalla de imagen a base de enviar respiradores, mascarillas y lo que haga falta a países cuyos sistemas de Salud se han visto desbordados por la pandemia como es el caso de Italia o el mismo de España. Ya se habla de una 'Ruta de la Seda Sanitaria' como nuevo vector de propaganda china.

Al mismo tiempo, esta es la primera crisis global desde 1945 en la que no existe liderazgo norteamericano. Al menos hasta ahora. Trump ha tardado en reconocer la gravedad de un virus que se extiende como la pólvora en su propio país, y ha mostrado dudas que ponen en duda sus cualidades de liderazgo en medio de una crisis que amenaza con provocar una recesión global ,sin precedentes y ante la que los ciudadanos norteamericanos son muy sensibles porque carecen de las mismas coberturas que los europeos con nuestros estados de bienestar... por adelgazados que hayan quedado desde 2008. Dicen que ellos son Marte, guerreros, y nosotros Venus, hedonistas. Y ser Venus tiene sus ventajas en estos momentos porque protege mejor contra la enfermedad y contra el desempleo.

Y eso le preocupa a Donald Trump, que enfrenta elecciones en noviembre. Todo cambia muy deprisa y con esta epidemia aún cambia más rápido. Trump había salido reforzado del impeachement y sólo un par de meses más tarde el partido Demócrata ha encontrado en Joe Biden un líder que aunque no sea muy carismático (nada que ver con Obama) parece capaz de aglutinar los votos de los muchos que quieren un cambio. Y el manejo torpe que Trump está haciendo de la crisis y el coste económico que va a tener, el aumento del desempleo, de gente que pierde la cobertura médica al quedarse en el paro, o que pierde la casa por no poder pagar la hipoteca... pueden hacer que su presidencia peligre, algo que parecía casi imposible hace unas semanas.

Por eso es previsible en los próximos meses un hiperactivismo en el errático comportamiento presidencial que al tiempo que niega la gravedad de la pandemia hace aprobar planes millonarios para para ayudar a sus víctimas. Y para unir a la nación detrás de sí nada mejor que un enemigo exterior: China y el «virus chino», presentados como culpables de todos los males. Esa campaña de propaganda ya ha empezado y conducirá a más tensión en la relación sino-norteamericana cuando el problema que enfrentamos desborda los egos e intereses de ambos países porque lo que está en juego es nuestro futuro como especie. En la lucha contra la pandemia estamos todos juntos al margen de nacionalidades, religión o estatus social, porque solo juntos la venceremos.

Pero su comportamiento es comprensible desde otro punto de vista que a nosotros nos parece egoísta, miope y cortoplacista, y es que en función de la forma en que evolucione la pandemia y de la forma en que chinos y norteamericanos jueguen sus cartas, puede cambiar la preeminencia de uno u otro país en la geopolítica mundial y ahí ambos se juegan mucho. Esta crisis puede aún tener muchas consecuencias inesperadas porque el futuro es incierto y la historia siempre la escriben los vencedores.