Estos días es complicado asimilar la situación por la que todos nos vemos sometidos ante la reacción devastadora de un maldito bicho. Tan complicado que se hace harto difícil intentar aprovechar la ventana que me ofrece este medio y no opinar de lo que todo el mundo ya hace. En mi condición de personaje público podría hablar, defender, exponer, criticar la gestión que se está realizando a todos los niveles administrativos y gubernamentales por las formas de afrontar la crisis sanitaria; pero ya habrá momento de pedir responsabilidades y de que se cumplan. Mi condición de humano me obliga a que impere la razón al sentimiento, la lógica (si la hubiere) a la incertidumbre, el sentido común al interés de manual.

Un día te levantas y de repente observas como la americana, la corbata, los zapatos, tu indumentaria en sí te sobran. Te quedas desnudo, sin armadura y lo que era imprescindible en tu día a día pasa a formar parte de tu estocaje particular de casa. Sin querer te vuelves pequeño, uno más, lo que siempre hemos sido pero nunca hemos querido reconocer o no nos hemos parado a pensarlo. Y ese 'de repente' te hace actor secundario de una película de la que no deseas ser el gran protagonista, como los que se están quedando en el camino por este puto virus. O como esos padres y madres que se dibujan la sonrisa todas las mañanas para que en el encierro forzado junto a sus hijos, en un piso de apenas setenta metros cuadrados, no le adivinen si mañana podrán comer con dignidad. Protagonistas como esos médicos, enfermeros, sanitarios que sacrifican lo mejor del ser humano para el propio humano. Cajeros, reponedores, transportistas, periodistas, militares, policías, bomberos€ todos protagonistas sin querer que se debaten entre la obligación de servir y el martirio de no poder estar con los suyos para darles las atenciones que merecen en estos duros momentos como cualquier otra familia.

Mientras miramos de reojo a la mancha invisible que va invadiendo todo el planeta, desde nuestros búnkeres nos vamos concienciando que los próximos en empuñar la bandera de la desgracia por las muertes alcanzadas, tras Italia, somos nosotros. Desangrándonos e impotentes, por no poder ayudar a nuestros hermanos italianos, se nos hace una herida social en el corazón porque somos el país más solidario del mundo. Sí, lo digo alto y claro con mucho orgullo y entre lágrimas de impotencia y esperanza «ESPAÑA ES EL PAÍS MÁS SOLIDARIO DEL MUNDO» y es ahora más que nunca cuando nuestro Rh tiene que aflorar.

No parece casual que esta desgracia haya llegado en primavera y en puertas de Semana Santa. Como naranjo del que brotan sus hojas de azahar y entre plegarias al titular de cada cofradía, la sociedad española va desperezándose de su enclaustramiento obligado para crear espontáneamente su red de ayuda social, activando su propio mecanismo de defensa y escudo protector para socorrer al más desprotegido. Sociedad sabia que despierta ante el temporal que se avecina y debe resguardarse para que el injusto oleaje de la desigualdad arrastre de los menos afectados posible.

Nuestra sociedad ha activado su propio plan a la vez que el sanitario sigue su curso, sin esperar los resultados que a ojos de todos sabemos será duro. Mientras hemos ido pasando los primeros días de confinamiento entretenidos en nuestra propia desgracia convertida en sátira en forma de memes, vídeos y mensajes de móvil a móvil. Pero no es menos cierto que esta segunda quincena empieza a pesar y a cubrir cada casa con un nubarrón de preocupación y responsabilidad. Poco a poco se va pasando de los memes y los vídeos jocosos a la cadena que anuncia una cascada de solidaridad como la existencia de esa liga de ciudadanos que cosen como la de los Geniales, pensionistas que crean mascarillas y gorros para los sanitarios de nuestros hospitales. O quienes trabajan para formar una red de tiendas en sus barrios y así la compra se haga en los establecimientos de toda la vida y de los que dependen muchas bocas. O la imperiosa necesidad de que se reabran los comedores de los colegios concertados y privados que, a cambio de quien pueda mantener voluntariamente la cuota del menú escolar de sus hijos, se atiendan las necesidades de los más desprotegidos en torno al barrio donde estén enclavados los centros de enseñanzas, además de asegurar los empleos. Sin olvidar el mensaje más repetido convertido en lema '¡¿estáis bien?! Si necesitáis algo, aquí me tenéis'.

Podría seguir pero emulando el dolor y el orgullo que siempre expuso Miguel Hernández mientras estaba privado de libertad, toca apelar al ser humano y toca apelar a nuestra sociedad, concretamente a la española que sin querer ha hecho de su coraje, del que sólo acaba de empezar, bandera mundial aplaudiendo todas las tardes a sus profesionales que sirven al prójimo, paseando su mejor cara por los balcones de la vida y haciendo de las mascarillas su mayor revolución. Hoy, ahora, ya, es tu momento, el de todos. Saldremos.