Málaga, tras una ventana discreta, reservada, te veo escuchar la lluvia vehemente del primer día de abril de un año en el que el mundo se volvió del revés. Desde una terraza, único mirador en esta cautelosa clausura, advierto como amanece un mes donde la esperanza florecida se eleva a pesar de las contradicciones de una existencia amenazada, revestida de un cerco de silencio frente a esta incertidumbre. Pero ¿cómo despachamos tanto desasosiego? ¿Cómo contradecimos esta desazón obligada?

Según los expertos, la ansiedad es la enfermedad más común en nuestro país. Ésta, mucho más acrecentada en este tiempo tan dantesco e intrincado, es una reacción común al estrés originado por la coyuntura que estamos padeciendo, siendo atendida con terapia y medicamentos en casos agudos. No obstante, existe otro tratamiento más adecuado ante estas actuales circunstancias tan pavorosas: la lectura.

Los versados en la conducta humana afirman que leer, sin importar el género literario, reduce el ritmo cardiaco y destensa los músculos, reduciendo el sentimiento de angustia. La literatura te ofrece una vía de escape, una huida de la realidad tan vital en estos momentos de preventivo aislamiento; redirige tu mente a ser más compasivo: al penetrar en los personajes de la narración, te conviertes en una persona más benévola ante sus actitudes y acciones. Todo ello se extrapola a nuestro orbe veraz, donde serás más solidario con los demás y contigo mismo. Esta empatía te acercará a una sensación de mayor bienestar en esta época de turbación emocional: una ciudad confinada.

La lectura te ofrece otras expectativas. Leer sobre los mundos de los otros favorecerá tus vivencias, entendiendo otros paisajes humanos y transformando tu manera de concebirlos. «La literatura simula la vida», nos dice Fernando Pessoa en su Libro del desasosiego.