La pandemia del coronavirus está originando profundos cambios en las relaciones multilaterales y en el orden mundial o bien sacando a flote situaciones que hasta ahora se mantenían semiocultas en cierto equilibrio inestable o bien han producido por su reacción ante la pandemia reforzamientos o hundimientos en la relación entre las potencias hegemónicas del orden mundial, amén de poner en evidencia las contradicciones ocultas entre la globalización económica y el orden político mundial. Sin duda, el orden político mundial que surja de la pandemia va a ser muy diferente de la situación anterior a la difusión mundial del coronavirus. La primera realidad que ha puesto en evidencia y en cierta manera ha profundizado la pandemia actual es la debilidad estructural de la Unión Europea. Las reacciones particulares de cada Estado miembro ante la pandemia y no la colectiva y común que sería esperable de la Unión a través de sus instituciones comunes, han dejado al desnudo la realidad de una unión política que ha estado basada más en los intereses económicos de la unión supraestatal, la bien denominada «Europa de los mercaderes», que una unión basada y dirigida al objetivo de una unión de ciudadanos que ponga como principal objetivo la defensa y el desarrollo de los derechos humanos y sociales de todos sus miembros. Las diferentes respuestas estatales de los estados miembros de la Unión, la falta de un plan común de respuesta en los diversos estados o la ausencia de un sistema de ayudas serio por parte de las instituciones europeas para aquellos países como Italia y España que están sufriendo con mayor virulencia (nunca mejor dicho) las arremetidas de la epidemia, es la demostración de la escasa unión y cohesión interna que padece la entidad supraestatal. ¿Dará respuesta adecuada y suficiente a los peligros de la amenazante crisis económica que la pandemia cierne sobre todos nosotros? Quizás en este aspecto la naturaleza predominantemente económica de la Europa unida ponga más interés en tomar medidas. Pero en los aspectos sociales y, en concreto, en la de satisfacer las necesidades de los estratos más débiles de la sociedad europea es difícil pensar que ponga toda la carne en el asador. Desde luego, la Unión Europea se juega mucho en esta coyuntura. Sin duda, su propia existencia está en peligro en el mundo que surja tras la pandemia del coronavirus. El otro aspecto geopolítico que emerge de esta situación es, sin duda, el poder hegemónico de China en el nuevo mapa geopolítico. La rapidez, eficacia organizativa, capacidad tecnológica que ha demostrado para paliar en un corto espacio de tiempo la amenaza de la pandemia (más allá de los aspectos autoritarios de su régimen político que, sin duda, también han contribuido a ello. Además de su diferente cultura comunitaria y colectiva, totalmente ajena al individualismo predominante que el neoliberalismo ha inyectado en las sociedades occidentales) la están convirtiendo en la potencia dominante a nivel mundial. Sobre todo, cuando la otra potencia mundial, el Estados Unidos de Trump ha reaccionado tarde y mal a esta nueva coyuntura crítica mundial. El presidente norteamericano ha respondido como un boxeador noqueado y tendido en la lona manifestando su estulticia habitual como llamar al virus epidémico «virus extranjero» y retrasando sensiblemente la adopción de medidas drásticas contra la epidemia. Mientras que China apoya con médicos y envía ayuda de instrumentos médicos escasos a los países de la Unión Europea y otros países comportándose como una verdadera potencia hegemónica. El tercer aspecto geopolítico que ha puesto de relieve la actual situación apocalíptica que vivimos es la contradicción flagrante en que se está desarrollando el orden mundial. Mientras la globalización económica uniformiza y crea problemas de escala mundial, el orden político sólo les responde desde la perspectiva de los estados-nación sin que haya los organismo supraestatales adecuados para poder responder a esos problemas con una óptica y una escala verdaderamente mundial. Las Naciones Unidas no son sino una institución obsoleta compuesta a base de estados-nación que dominan y controlan sus acciones como el resto de los organismos multilaterales que existen en la actualidad. La pandemia actual ha puesto, sin duda, ante nuestros ojos de manera meridana esa flagrante contradicción de nuestro mundo actual. Opción ésta de una gobernanza global de difícil solución cuando se está dando la paradoja de que la globalización económica está originando como rechazo a sus consecuencias un repunte de los movimientos del nacionalismo identitario en numerosos puntos del mapa mundial. Sin duda, el mundo y la geopolítica que surja de esta crisis epidémica van a ser muy diferentes de los actuales.