Servirá para eso lo que estamos viviendo. Al menos, durante un tiempo. Para que personajes como Al-Thani no se crean con el derecho de responder chorradas a un mensaje de un alcalde como el de Málaga, un tuit en el que se hablaba de poner las banderas a media asta por las personas que están muriendo a causa del coronavirus. Servirá para eso lo que estamos viviendo.

Y quizá, también, para que entendamos qué maravilla era lo que ahora imaginamos: Pasear por la Alameda, girar a la altura de la glorieta del marqués -que la estatua esté más adelante o más para atrás ahora da lo mismo-, subir por Larios, la gran calle modernista por antonomasia de media Europa, hasta atravesar la plaza de la Constitución, dejar calle Compañía a la izquierda y seguir luego por calle Granada, haciendo la doble curva, hasta recalar en la plaza del Carbón, dejando la calle Especerías a la izquierda, y continuar por Granada en Málaga, y seguir hasta la plaza de la Merced, no sin mirar, al menos de reojo, la puerta y la torre de la iglesia de Santiago a la derecha y, tras pararnos un poquito para cruzar y aprovechar para mirar a la derecha de nuevo y descubrir arriba el monte sobre el que se inicia la muralla de la Alcazaba, sentarnos un rato en un banco leyendo los nombres en el monolito de los hombres que murieron con Torrijos, al amanecer, en letras doradas, dándonos ese sol que sale después de la lluvia en la cara, cerrando los ojos para que fluyan mejor los recuerdos, la mano de tu padre una y otra vez llevándote al centro desde el alejado barrio de La Unión, Los Tilos y Carranque, a punto de empezar las vacaciones de esa Semana Santa que, por primera vez en nuestras vidas, no veremos estos días de coronavirus consagrar la primavera según Málaga por las calles del centro de Málaga, y la cara de tu madre con esa sonrisa que habrías querido congelar en su cara durante toda su vida, aunque no pudiera ser, y las voces de aquellos que ya no están pero que, con los ojos cerrados y el sol en la cara y el rumor del aire y la gente que ahora no está en la plaza, parecen oírse en tu memoria como en esos altavoces que sólo suenan hacia dentro en el escenario, para que el cantante, que ahora tampoco puede cantar en los escenarios, no se pierda cuando está cantando, recostada la cabeza hacia atrás, con la estatua en bronce de Picasso en chanclas mirando sin mirar a nadie en frente, con las casas de Campo llenas de bares llenos que ahora están cerrados delante, el recuerdo de una vieja foto de lo que fue la imponente iglesia de la Merced detrás, haciendo esquina casi con el mercado que ya tampoco es un mercado, de frente la calle de la Victoria inesperada tras el derribo del edificio de los cines Victoria y Astoria, dos cines que ya no existen cuando en los otros que aún resisten tampoco ahora echan películas, soñándote soñando sentado en la plaza donde te enamoraste por primera vez, a merced de una Málaga coronada, de espinas. que vive cada día a base de comas que esperan que llegue más pronto que tarde el punto final de esta locura de frase en que se ha convertido este párrafo prorrogado de la Historia de la Humanidad... ¡Ánimo!