A todos nos gusta que nos aplaudan. O no. Pero todos deberíamos aplaudir. Es contagioso. Aplaudimos para expresar nuestra aprobación y nos hace, también, ser participes del espectáculo.

Desde que estamos en estado de alarma aplaudimos a las 20 horas, todos los días.

En mi calle hay personas que se asoman a las ventanas y aplauden. Saludan. Yo no sabía ni quién vivía en esa casa. Sigo sin saber si vive una familia, dos o es un señor solo que lo único que hace en todo el día es asomarse a la ventana y aplaudir. A las 20 horas.

En otra casa, esta creo que está en mi misma acera, ponen una canción. Empiezan los aplausos y pulsan el play. Deben de tener un equipo de música potente porque se escucha en toda la calle. Al final de la canción, todos aplaudimos con más fuerza. Cuando todo esto acabe y me lo cruce por la calle, no sabré que era él. O ella. No podré darle las gracias.

Aplaudimos para dar las gracias. Por solidaridad.

Al personal sanitario y todos los trabajadores de los hospitales.

Ángel, mi padrastro, trabaja como personal de limpieza en uno de ellos. No tiene estudios, ni lleva estetoscopio. No se entiende con los ordenadores. Me lo imagino con una bata, empujando un carro lleno de sacos de ropa y sábanas sucias, cargando un camión con destino a una nave de lavadoras industriales. Me lo imagino quitándose la mascarilla para coger algo de aire. Preocupado. Además, es un poco hipocondríaco. Tiene las rodillas mal, el ácido úrico, los dientes. ¿Seguirá comiéndose el bocadillo? Mi madre me ha contado que hace más horas. Si ya antes no se las pagaban... Hablar de dinero en una situación así parece incorrecto, precipitado. Está feo, dirían en mi casa. Pero quizá hemos llegado hasta aquí precisamente por eso. El dinero.

Hasta donde yo sé, Ángel trabaja para una empresa privada y hace eso que se puso tan de moda después de la crisis del 2008: externalizar los servicios. Los ingleses tienen una palabra muy bonita para ello: outsourcing. Los ingleses tienen palabras para todo. En mi entorno, la palabra que se puso de moda fue "recortes". Fue más o menos por esa época, cuando la sanidad pública empezó a adelgazar. Pero Ángel no tenía trabajo y se sintió muy afortunado cuando le dijeron lo poco que le iban a pagar y a lo poco que tendría derecho. Era eso o nada.

Como dice Jennifer López en Estafadoras de Wall Street "Todo el país es un club de estriptis: hay unos que lanzan la pasta y hay otros que bailan". No pierdan el tiempo viendo esta película. Es un desfile de mujeres con poca ropa y un mínimo de intriga para sustentarla. Les recomiendo Wall Street, el clásico de 1987, de Oliver Stone, con Michael Douglas y Charlie Sheen. Con películas así es fácil entender cómo hemos llegado hasta aquí.

Es imposible entender que un presidente electo, cualquiera, incluso llamándose Donald Trump, se jacte de que sólo van a morir entre 100 y 250.000 personas del país que preside.

En estos días, largos y de lluvia, he empezado a leer En busca del tiempo perdido. Es tiempo para tochos, me dijo Felipe este fin de semana, durante un vermú con videollamada. No me está gustando. Me parecen los recuerdos de un niño pijo, mimado y desocupado. Proust. Está bien escrito, aplauso, pero no me interesa la historia de un burguesito anodino y ensimismado cuyo único pasatiempo es llenar páginas con sus propios recuerdos. Irónico.

Estoy disfrutando a Baricco, pero él se merece un artefacto para él solo. Será el de la próxima semana. Aprovecharé para hablar de los intelectuales. Y de los bárbaros. De Seda, el único libro que he robado en mi vida. En realidad, el único objeto (si no contamos el rotulador edding 850 que le confisqué a mi hermano pequeño).

Mientras, escucharé música de piano al levantarme. Alejandro Pelayo mejor que Ludovico Einaudi.

Me acuerdo del maravilloso concierto que ofreció en el Centro Cultural MVA.

Pelayo presentaba su segundo álbum, La memoria de la nieve, "la banda sonora de ese instante mágico del invierno cuando empieza a nevar por primera vez y se oye el crepitar de los copos y el frío congela el aliento, pero también una metáfora sobre el Alzheimer y lo efímero de los recuerdos. Es un disco minimalista de piano y violonchelo sobre la pérdida y las despedidas". Durante el recital (gratuito, ¿volverán?), contó detalles que ahora me da pudor compartir por escrito. Como si fuera él quien tiene que explicarlo. "Es la música que suena cuando se borran las imágenes, lo cotidiano se vuelve irreal y emocionante, y los recuerdos hacen trampa. Es lo que queda después de la tormenta. Música triste para curar la tristeza".

El padre de Alejandro Pelayo conducía un camión de la basura. Una noche, una de las mejores de su vida, le acompañó al trabajo.

En sus propias palabras "Estas doce piezas repiten una y otra vez el motivo principal de la melodía con el firme propósito de no olvidar, de aferrarse a un recuerdo donde fuimos felices.

Cada invierno vuelve a nevar como si la nieve tuviera memoria de los días y de los lugares y después llega la primavera y los recuerdos se van borrando, se van derritiendo con el sol, y todo lo que nos queda, lo único que nos queda es el presente".

Después de verle en directo, suena todavía mejor. Y eso que no me gusta la nieve. La odio. Pelayo nos hizo reír con sus frases tímidas, sinceras. No me pareció, esa timidez, la falsa modestia que muestran algunos artistas en el escenario. Nos emocionó. Cómo aplaudimos. Lau y yo allí arriba, codo con codo, el brillo en la mirada, aplaudiendo.

Esta tarde a las 20 horas volveré a salir al patio. Y aplaudiré, aplaudiré por lo bien que lo hemos hecho. Aunque no esté del todo de acuerdo, lo haré, prometido. Por mis vecinos, por el personal sanitario y por las personas que trabajan en los hospitales. Por los cuerpos de seguridad que ahora tienen que protegernos de esos que son tan listos que no se merecen estar confinados. Por todos los que, invisibles, anónimos, trabajáis por el bien de todos nosotros.

Y por todos los que estéis aplaudiendo en ese instante.

Porque aprendamos la lección y esto no vuelva a repetirse. Porque, desde ahora, empecemos a trabajar en una sociedad justa, culta y solidaria.

Gracias, Ángel.