Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida.

El encuentro entre el destacamento y los frailes es cordial. Es mediodía y el sol calienta con fuerza las primeras estribaciones de Sierra Morena. No hay nubes ni sombra, todo es verano.

-¿Alguna novedad camino abajo, señores? -pregunta un fraile.

-Hemos pasado unas recuas, y la diligencia hace posada -le responde el teniente que comanda el destacamento.

-Hoy está el día tranquilo. El calor quita las ansias de viajar.

-Solo los que tenemos obligación de ello nos echamos al camino. ¿Hacia dónde os dirigís con vuestros hermanos?

-A Osuna. Nos esperan para unos oficios. Ahora vamos a reponer fuerzas junto a un arroyuelo cercano que nos ha indicado un paisano. Llevamos desde el alba caminando y precisamos descansar un poco. Si deseáis acompañarnos, gustosamente compartiremos nuestras humildes viandas.

-¡Amén! -exclama el sargento Juanes.

El teniente vuelve la vista a sus hombres. Tras seis horas de marcha ascendente con solo dos cortas paradas, el destacamento está agotado. Sin embargo, las órdenes son tajantes: hasta abandonar Andalucía, no deben detenerse.

-Se agradece la invitación, pero llevamos demora en el viaje.

-Un poco de vino y unas tajadas de tocino acompañadas de pan recién horneado no os supondrán ningún retraso; antes subiréis el último trecho con más rapidez, el ánimo repuesto y satisfecho -responde suavemente el fraile.

-¿Vino, decís? -inquiere el sargento.

El teniente mira severamente al sargento.

-Mi teniente, no nos hará daño reavivar el cuerpo, que sobrelleva ya casi siete días de marcha continuada, desde que arribamos a Cádiz.

-Juanes, sabes tan bien como yo que las órdenes€

-El sol está arriba, señor. Reanudando la marcha a las cuatro, franquearemos el puerto antes de las nueve y aún habrá mucha luz.

Los soldados se remueven. El teniente los observa, cansados y sudorosos. Finalmente, dice:

-Sea. Aceptamos su ofrecimiento, hermano. Mas para mis hombres habrá comida, pero no vino.

El fraile asiente, y sin añadir nada más, religiosos y soldados abandonan el camino real y se adentran en una trocha. Pasados unos minutos, oyen el refrescante rumor del agua tras una fronda. El teniente desmonta y examina el paraje. Sauces y álamos bordean el arroyuelo, prestando su sombra a la ribera. Siemprevivas, romeros y violetas jalonan la hierba verde. Un oasis de primavera en la tórrida sierra.

-El monte es caprichoso y nos regala lugares como este -dice sentencioso el sargento.

-No se descuide, Juanes. Bien pudiera ser este sitio usado por bandidos; temo una emboscada.

-Sosiéguese, mi teniente. Esos no se atreven con nosotros. Veinte fusileros no son moco de pavo.

Unas risas nuevas y cristalinas irrumpen en la escena. Presuroso, el teniente se dirige al arroyuelo y se queda sorprendido con lo que ve: tres muchachas pretenden bañarse en la ribera opuesta del arroyo, ante la desaprobación de los frailes y el regocijo de los hombres. Más de la mitad de los soldados, despojados de sus uniformes, van a lanzarse al agua. Solo la presencia de los frailes, que intentan estorbarles el paso, se lo impide.

-¡Basta, soldados! -brama el teniente-. ¿Qué significa esto? ¿Cómo no se me ha informado de la presencia de estas mujeres?

El alegre bullicio se para en seco. Las jóvenes enmudecen también, aunque mirando con descaro al teniente. Una de ellas dice:

-¿Por qué no viene a registrarme, mi general?

Las risas estallan entre los soldados. Al punto, el sargento asoma entre la fronda y dice:

-Mi teniente, deje su arma en el suelo.

Todo ocurre demasiado rápido. Las mujeres les apuntan con sendos arcabuces. Los frailes, antes lentos y ceremoniosos, se mueven con celeridad y cada uno de ellos agarra un fusil, que apunta amenazante a la tropa, desnuda y pasmada. Aparecen, con Juanes, seis hombres bien armados y rodean al teniente.

-¡Malditos bandoleros! Os perseguiré y ahorcaré uno por uno.

El que parecía comandar los frailes se acerca al teniente y le dice:

-¡Qué poco cristiano es eso de la venganza! Sinceramente, os aconsejo templar vuestro proceder con la religión. Deberíais haceros fraile.

Las risas afloran entre los bandoleros. Las mujeres han cruzado el arroyo y se encargan de recoger un suculento botín de balas, pólvora y fusilería.

-Y ahora, basta de charla. Pepe, Pere, maniatad a los señores. Antoñito, ven conmigo; vamos a ver lo que estos le llevaban al Rey.

Ante la impotente mirada del destacamento, los bandoleros se dirigen al carro.