En la gramola distinta que ha traído la quietud resuena, más excelsa que nunca, la sinfonía sin desinfectante de los pájaros. Al mirar por la ventana, se intuye que alguien ha pintado un paisaje que florece alegre enmedio de un océano de extrañeza. Y el baile manipulado de las manecillas del reloj ha encendido, al fin, una lámpara con luz natural para expulsar al túnel oscuro que envolvía a aquellos balcones en los que la caída de la tarde clama con un aplauso.

Todo eso es la primavera. Todo eso trae la explosión habitual de un mes de abril que, en esta cita con el calendario, llora y brilla por su ausencia. Se limita a proyectar, desde el escenario intacto de la calle, toda la belleza que destila la intemperie solitaria para que la admiren los inquilinos de un confinamiento.

En este baño de confusión que, al principio, nos hizo creer que el coronavirus no era para tanto y que lo terminaríamos pasando casi todos, ahora se ha activado el 'mal de muchos, consuelo de tontos' para atenuar y maquillar la verdadera desgracia que conlleva la hecatombe laboral que se le viene encima a millones de españoles. Es imposible no pensar, por un lado, en esos héroes que se juegan la vida con peores condiciones que nunca en cualquier puesto de trabajo, en beneficio de los demás. Y, por otro, se hace muy difícil no tener presente el precipicio de desempleo que se acaba de ensanchar en el horizonte; el laberinto sin salida al que han empujado a los autónomos; o en esas personas que levantan la persiana de su negocio conscientes de que les va a costar el dinero. Sin ir más lejos, el otro día mi amigo José Luis Rosado -fisioterapeuta oriundo de mi pueblo que trabaja con muchas garantías en la zona de Rincón de la Victoria- comentaba todo lo que está sufriendo ante la imposibilidad de prestar los cuidados que precisan sus pacientes. Hablaba, como tantos pequeños o medianos emprendedores ahora mismo, de todo lo que echa de menos su trabajo y de cuánto lo necesitan quienes lo demandan.

Mientras, llora la primavera y no somos pocos quienes canturreamos la inesperada vigencia de cierto himno de Joaquín Sabina: «¿Quién me ha robado el mes de abril? Cómo pudo sucederme a mí».