El pasado y el presente no tienen agujas de reloj. Su tiempo y su distancia son una navaja de muela abierta en dos. El mango de olivo que nos dividió en bandos de trinchera y paredes encaladas de rojo, y el de la hoja afilada dispuesta a volver al tajo que nunca cicatrizamos del todo. Poco importa lo que hemos llorado por García Lorca y por Machado. Tampoco las vueltas que se le han dado a la Historia de la memoria para quedar en claro que a todos los muertos hay que enterrarlos, y sembrar de flores su descanso. A los españoles nos va en el ADN la picaresca de ser siempre más listos que nadie, el hacer sangre con el lenguaje y retarnos cuando las sombras favorecen un golpe en el costado. Más aún si en lugar de la bravura del uno contra uno, se tiene detrás el aliento de los que avivan la violencia de los adjetivos, el imperativo de los verbos, la eficacia del sujeto en nombre propio y en detrimento del otro, ondeando una bandera nunca en común y siempre a la contra. Poco importa que sea de papel impreso, de ondas hertzianas, de raso satén o poliéster 100%.

Nunca escuchamos los españoles. Ni siquiera a los sabios con más mundo y dudas en su cabeza. Rara avis José Luis Sampedro y Emilio Lledó, entre quiénes gozamos de aprenderlo. Seguimos suspendiendo en la asignatura volteriana del derecho de los demás a su argumento. A quienes han pensado por encima de la entrepierna o de las doctrinas a la izquierda del pecho se les envió al exilio, a la cárcel o al suicidio. Fray Luis de León, Jovellanos, Larra, Unamuno, María Zambrano, Victoria Kent, José Luis Aranguren. Peor todavía la condena al ostracismo, como a Chaves Nogales, de quién interroga y plantea con independencia de la pugna entre los del blanco, los del negro y los hábiles en flotar siempre a favor de la corriente. Que falta de tolerancia y de cultura -dan igual los estudios o las trincheras de la calle- de quiénes niegan a la política las posturas contrarias a la suya y el esfuerzo por gestionar lo mejor que se puede, la importancia de los matices y sobre todo lo que hoy es tan urgente, la conciencia de Estado.

Siempre las crisis más graves pillan a todos nuestros presidentes con el pie cambiado, entre la negación, la repentización, el desconcierto, las presiones de los adversarios y su talante para gestionarlo. Ninguno se ha librado. Aunque desde el egocentrismo partidista insistan en hacer acosos del electoralismo permanente en el que vivimos, e ilusos en pensar que de estar al frente no cosecharían acusaciones ni pedirían la misma lealtad que Sánchez. Mucho les has costado, exceptuando a Vox empecinado sobre su Babieca, consensuar la obligación de una unidad política. Las emergencias, cuando evidencian que van a quedarse, no se solventan con prestidigitaciones informativas, puertas cerradas en lugar de transparencia ni con cargas de la caballería ligera de cada ideología. Menos aún con manipulaciones. Más de 1,5 millones de cuentas creadas para propagar fake news sobre el coronavirus han sido detectadas por Twitter en informe a Reddeperiodistas.com. La suma de contaminaciones y vituperios a las líneas de flotación, cuando el oleaje bravío todo lo zozobra, no es ningún acto de compostura si no existe el reproche acreditado y el talante de colaboración. Su habitual práctica política y social, junto con el recelo a aceptar en directo el importante valor de la libertad informativa de preguntar (reconociendo que se está informando con cierta claridad y necesariamente serena a la población) son signos de marrullería e inseguridad. Dos pulgones que llevan décadas impidiendo que nuestra democracia sea un árbol frondoso de ramas entrelazas por la misma savia que las alimenta. Y sobre todo que la política deje de ser un juego sucio, y un espectáculo de egos excluyentes poco edificante, y se reconstruya con solvencia de dirección y la obligatoriedad de acuerdos de defensa y de progreso.

Exceptuando algunas voces, de diferentes ideologías y magnificas en su lucidez, lo habitual es la gresca con incalificable déficit de filosofía de las ideas, de hondura del lenguaje de las palabras, de convicción de los deberes y de los derechos colectivos. Se echa mucho en falta la vocación de representación del pueblo, y no del partido al que tantos le deben su cargo forjado desde la adolescencia, los aplausos y el no moverse de la foto. Qué políticos tenemos que sepan de ciudadanía y la ejerzan en sus mismos sacrificios y logros; que su actitud los ennoblezca cuando se trata de elegir entre lo ético y sus privilegios. Parecen románticos, aunque tan indispensables, razonamientos como los de José Mújica, expresidente de Uruguay, cuando confiesa a Jordi Evolé que no entendía «para qué mierda un puñado de viejos en este mundo sigue amontonando plata y quieren más y más plata». O el de la cordura de su lema tan vital en este presente en desguace: «No soy adicto a vivir mirando para atrás, porque la vida siempre es porvenir y todos los días amanece».

Nuestra historia es la Caín y Abel, la de Rinconete y Cortadillo. Del resto no aprendemos lo que leemos. La civilización romana; el Renacimiento de Al Andalus; la vanguardia científica de 1914; la profundidad moral del desencanto y el sentir de España del 98; la educación progresista de la Institución Libre de Enseñanza; la ceguera de Saramago que él nos contó en una novela ensayo, sólo son páginas que se pasan en un libro. En cambio cuánto permanecen en nuestro ánimo las delaciones del Santo Oficio, cuya Inquisición protagoniza según denuncia el periodista David Felipe Arranz, la película de las redes sociales con sus alambiques de populismos de diverso pelaje, embriagados muchas veces de humor zafio y mucho ácido contra un gobierno que, al igual que el de Francia, el de Italia, el de Alemania, planifica sobre la marcha sin qué realmente sepamos (hasta que no amaine el naufragio) en qué se ha equivocado. Si está teniendo aciertos o negligencias en las difíciles decisiones que timonea lo mejor que puede. Ninguna ideología contaba con un manual de crisis -fundamental en protocolos de actuación, liderazgo y comunicación en casos como éste-. Ninguna de las voces que ahora se proclaman más eficaces fueron conscientes de la magnitud de la pandemia. Qué poco edificante es hacer trampas con el pretérito como tahúres del presente. Incapaces hasta hade horas de ponernos de acuerdo entre nosotros, por qué exigirle a Bruselas que dé ejemplo solidario. No esperamos mucho de una Europa que no existe como Estado común, y en la que tampoco cuenta España aunque Sánchez no tenga complejos en reclamar contundentemente lo lógico de su ideario. Mucha ayuda será insuficiente para afrontar la Makbara de lo que nos aguarda, con la previsible deserción de los poderes financieros y el mayor sacrificio económico de nuevo sobre las víctimas de siempre.

Este Covid-19 no sólo se lleva vidas humanas, y a nuestros mayores se los cobra a solas convertirlos en cadena en una lágrima de humo. Además de a sus cadáveres le echa la cremallera impermeable a la descomposición de la economía del trabajo de la clase media; de sus medianos empresarios; de los obreros y jóvenes ninguneados por la precariedad y la temporalidad, y de los autónomos que hace décadas no incomodamos para ningún gobierno. Igualmente arrasa, y es lo que con más facilidad hace por su habitual insuficiencia respiratoria, con la ética y la penúltima posibilidad de entender que de todo lo que nos amenaza sólo nos salvaremos unidos en el esfuerzo compartido. En defensa de aquello en lo que todos deberíamos coincidir: somos personas y no cifras en rojo, y somos la humanidad en peligro de extinción. Fue claro el presidente, venceremos al Covid-19 pero vendrán otros para los que habrá que estar mejor preparados y convencidos de una unidad política nacional, europea y mundial. Poco interesa a la rebelión bacteriológica de la naturaleza a qué liderazgo seguimos o negamos; por qué a pesar de salir a los balcones vigilamos a nuestros vecinos y cazamos maccarthianamente brujas entre la prensa. Siento vergüenza de tanto desbordamiento de pólvora en watsapp donde milita esa política que es la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano, en palabras de Eisenhower.

Aplaudo admirado a quiénes dan su entrega extenuada en los hospitales. Desde mi compromiso intento que la cultura y la comunicación sean un antídoto de disfrute, reflexión y compañía. Pero hay momentos en los que es necesario tomar voz con independencia ante el hastío de guerra civilismo, y a pesar de que al hacerlo se paga siempre un precio en lo profesional.

Soy optimista, confío que el Pacto de Estado sea firme y ejerza en lo social de manera justa y sostenida en la resaca de la pandemia y del incierto mundo en el que reconstruirnos. Con esa actitud me gustaría que el martes que viene reconozcamos, en su Día Internacional, el heroísmo de la sanidad pública y que se fortalezca su sistema como merece. Me vuelvo a lo mío deseando que todos pongamos cordura y entendimiento para que el futuro sea el Recens et integra orbis descriptio del cosmógrafo Oronce Finé, que esta semana Mónica López Soler nos regaló entre lo mejor de las redes. Ese mapa de 1536 donde el mundo tiene forma de corazón. No lo soñemos, trabajemos para que así suceda.