Su ventana no era nueva, como esas de doble cristal de marca y marcos anacarados, era la de toda la vida, alguna vez pintada de blanco y reparada, con historia, la de toda su existencia en aquella casa en lo alto desde la que veía pasar los días. Desde allí contemplaba a cualquier hora, con la luz del sol o en la madrugada más larga, la animación de las gentes de aquel lugar en el Cerrado tranquilo.

Siempre había querido esta ventana, pero ahora con el virus desbocado por todas las geografías, se asomaba como queriendo echárselo a la cara para reprocharle lo que estaba haciendo, sus dentelladas sin piedad, pero no pudo verlo nunca. Eran algunas ausencias de sus vecinos las que notaba, y le apenaba cada una como una punción fría en el pecho, y cómo había bajado la alegría y hasta el pulso, diría él, en esa calle mal empedrada en la que tenía su domicilio.

Desde allí vio los otros días como un jovenzuelo, que no era del barrio, tuvo que ser reducido por una patrulla de la Policía Local porque no se paró a identificarse cuando corría no se sabe de qué. Y también escuchaba los aplausos a la caída de la tarde y las conversaciones de dos vecinos a propósito del estado de alarma, que no lo justifica todo, que si el paro era el más alto de la historia, que se conocerían más muertos si se realizaran autopsias y test, o la contratación por el Gobierno de los trabajos de desinfección de cientos de coches oficiales. Lo que apenas le extrañó fueron las palabras de su alcalde, Francisco de la Torre, de que tiempo habría de analizar la toma de decisiones de estas semanas. ¡Cuán largo me lo fiais, amigo Sancho!, se dijo.

Ya hacía mucho que se encontraba solo y, además, no quería pensar desde cuándo ni por qué. En vez de entristecerle las relaciones de los demás, de las familias y de las parejas de las que sabía de sus hogares, le proporcionaban un aire fresco en su soledad autoconstruida.

Quizá las imágenes que más minutos se alojaban en su cabeza eran las primeras luces que se encendían en la noche, en aquellas otras ventanas frente a la suya, tras las cortinas corridas o esos visillos que prácticamente todo lo traslucían. Un televisor con demasiado volumen, las sombras de esos vecinos a la mesa, los juegos de los niños en el salón, esas escenas cotidianas€ A la mañana siguiente, todo era distinto, el chirriar de las persianas en su resistencia a levantarse temprano, los cacharros en las cocinas, la sacudida de alguna alfombra en el balcón, en fin, el despertar de un nuevo día.

A veces, desde esa ventana blanca, sentado en un sillón desde el que leía, se imaginaba bajando la cuesta hasta los Baños del Carmen y su caminata diaria por la playa, y la pesada subida hasta casa con las bolsas del supermercado y la prensa. Ahora salía poco, solo lo necesario, hasta la tienda de al lado por algo de comer y bebida.

Reflexionaba lo que había cambiado la vida de un día para otro, cuantas vanidades se habían desvanecido, como nos igualaba el obligado confinamiento y hasta imaginaba su propio final. No es que estuviera especialmente triste, no, es que su mente discurría acerca de la importancia de muchas cosas a las que no había prestado atención hasta entonces y que ahora valoraba por primera vez. La luz, por ejemplo. Entre dos oscuridades, un relámpago, que decía Vicente Aleixandre, o un cortocircuito, que escribió Nabokov, que viene a ser lo mismo. La luz siempre le había ocupado. No recordaba si fue por La joven de la perla, de Vermeer, o por el Autorretrato de Rembrandt, pero ahí empezó a interesarse. También por esas sombras muy duras del tenebrismo€, le llenaba la cantidad de luz y sus formas y la espera hasta que llegaba la más fugaz, que caía con su objetivo como un cazador hace con su presa.

En estos pensamientos se entretenía cuando ya supo que asomaba la tardenoche con el encendido de las primeras luces de la calle, que ahora le parecían más tenues que de costumbre. César Vallejo dejó dicho:

Considerando en frío, imparcialmente,

que el hombre es triste, tose y, sin embargo,

se complace en su pecho colorado;

que lo único que hace es componerse de días;

que es lóbrego mamífero y se peina...