Mi buena amiga la escritora Susana Pérez Alonso, refugiada en su casa cerca de la costa, me cuenta que los días de temporal oye rugir el mar, y aunque no pueda acercarse para verlo se conforma con la audición. Me dice también que como tampoco puede salir a pasear en coche ha dado unas vueltas por la huerta, saludando a su hija desde la ventanilla. Consciente de lo absurdo del asunto, lo compara con la imagen de hace días del Papa bendiciendo desde su balcón, en medio de la lluvia, a una Plaza de San Pedro completamente vacía de fieles. Aunque el origen sea dramático son imágenes bellas, me atrevo a apostillar, al menos para todo aquel que aprecie en su valor liberador la deconstrucción del decorado, al estilo de lo que hacía el artista Christo pero a lo grande. De momento vamos aprendiendo (la letra con sangre entra) lo mucho que tenía de decorado aquello que parecía realidad.