Una Semana Santa que no será, o ya no es. Un país que ya no se reconoce a sí mismo, una clase dirigente irresponsable y unos empresarios que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, aprovechan la coyuntura para ajustar plantilla en una situación complicada. Vendedores de limones 'cascarúos' que estos días no pregonarán su mercancía, conversaciones de bar en torno a un mitad templado que no habrán tenido lugar, la generación que perdió la Guerra Civil muriendo ahora en otra trinchera, historias personales e intransferibles que no pasarán de padres a hijos ni de abuelos a nietos, bodas o bautizos que ya no tendrán lugar, amores que se enfrían por la distancia impuesta por el confinamiento y la soledad de las pantallas parpadeando en estos días primaverales, la incipiente impaciencia de quienes ven peligrar sus sueldos y sus trabajos, vidas que se van por el sumidero, la curva que no se aplana, las páginas que ya nunca se van a escribir, los periódicos que dejamos de leer, la imbecilidad de tuiteros campando a sus anchas e insultando a los periodistas, las tardes que pasan lentas, los días iguales, azules y vacíos, aplausos desde los balcones para ellos, para nosotros, películas que ya vimos y que ahora volvemos a consumir recordando tiempos pasados, la comparación íntima con la crisis de 2008, que a muchos se nos quedó dentro, las noches de ansiedad pensando en qué pasará mañana, las hipotecas que no podrán pagarse y los autónomos haciendo cuentas a ver cómo se pasan estos días, hoteles cerrados a cal y canto en cuyas habitaciones vacías huele a verano, chiringuitos y espetos que ahora se dibujan en mentes anhelantes de tiempos felices, hoy el Cautivo que no pasará por calle Larios ni tendrá tras de sí una riada inmensa de fieles rezando al socaire de marchas inmemoriales, penitentes que no cubrirán sus rostros ni enjugarán nuestras penas con cirios luminosos, médicos que sólo diagnostican coronavirus, responsables de prensa excediéndose de sus cometidos y presionando a los medios, el relato incompleto, el de los medios que no llegan, guantes y mascarillas virtuales que no protegen, que ayudan a la propagación de un virus invisible y puñetero capaz de poner en jaque una nación, la vulnerabilidad creciendo en nuestro interior, librerías que luchan por seguir existiendo, desayunos incompletos, corredores que no corren, toreros que no torean, policías arrojados a la primera línea de combate sin más medios que su profesionalidad y un exiguo sueldo, maestros y profesores que trasladan la tarea por videoconferencia, el curso que ya no será, la Selectividad descafeinada, el pulso de los días agotándose en polémicas estériles, locos que azuzan con su verborrea a los demás, acuerdos de última hora, el sexo frágil de los tiempos del plasma y un Viernes de Dolores atípico, mañana no saldrá la Virgen del Rocío y el Miércoles Santo sin Guardia Civil, el jueves sin Legión ni Mena, un Viernes Santo sin Sepulcro ni Soledad de San Pablo, los adoquines limpios y calle Císter en penumbra, anuncios de megaplanes vacuos, ayudas al comercio, exención de impuestos, la gente poniendo los ahorros a salvo de los predicadores de miseria, la sonrisa profident de niños pijos vendiendo humo, la furia de la derecha extrema, coches que no salen de sus plazas de aparcamiento, limpiadoras que son héroes todo el año y ahora su figura se agiganta, supermercados desabastecidos y el sentido común de la gente normal, los buenos días por videollamada, paseos cortos en la terraza mientras pasodobles de Carnaval dibujan siluetas irónicas en un pasado no tan remoto, Casablanca, Desayuno con diamantes, los telediarios que se suceden, el alarmismo campando por las esquinas, el Paseo del Parque solitario y un Puerto sin cruceros, tuiteros dictando la norma y otros comprándola, periodistas cobardes, periodistas valientes, noches de insomnio, tiempos sin esperanza, tiempos de esperanza.