Se quejan los países del Sur de la desconfianza que manifiestan continuamente sus vecinos del Norte - alemanes y holandeses, sobre todo- hacia su gestión económica y que hace que los segundos rechacen una y otra vez los eurobonos que aquéllos con tanta insistencia reclaman.

La propia canciller federal alemana, Angela Merkel, vaticinó en cierta ocasión a sus compatriotas que no habría eurobonos mientras ella viviera, y parece que tanto ella como quienes la sucedan al frente del Gobierno están dispuestos a cumplir ese vaticinio.

Habría sido, sin embargo, la actual pandemia del coronavirus excelente ocasión para que la Europa más rica empatizase por una vez con sus socios mediterráneos, pero ni la canciller ni el vicecanciller y ministro de Finanzas, el socialdemócrata Olaf Scholz, parecen dispuestos a ello.

Hubo quien pensó que la salida de ese último ministerio del cristianodemócrata Wolfgang Schäuble iba a suponer algún cambio, pero sus esperanzas se vieron defraudadas: un ministro alemán de Finanzas es ante todo eso, con independencia de su partido. Lo dejó tautológicamente claro el propio Scholz nada más asumir el cargo.

Los italianos se han ocupado estos días de recordarles a los gobernantes de esa Alemania insolidaria la ayuda que ésta recibió de todos para la reconstrucción del país tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial y les reclaman mayor generosidad que la que han demostrado hasta ahora.

Se trataría en el fondo de que los países más ricos del Norte facilitasen el endeudamiento de los del Sur para la reconstrucción de sus economías, una vez superada la pandemia, sin que subiese la prima de riesgo al estar la deuda mutualizada: es decir, garantizada por todos.

Pero esa Europa que tanto se han beneficiado de sus exportaciones al Sur con la creación de la moneda común y del mercado único, no quieren oír hablar ahora siquiera de 'coronabonus' porque teme que lo que se le presenta como coyuntural fuese acabase adquiriendo carácter permanente: es decir que fuesen unos eurobonos disfrazados.

Berlín argumenta que hay otros instrumentos que pueden ayudar al Sur en momentos tan difíciles: por ejemplo, el llamado Mecanismo de Estabilidad Europea, del que, sin embargo, España e Italia recelan porque, además de no ser suficiente dado el tamaño de sus economías, los créditos conllevan condiciones que podrían resultarles onerosas.

El Gobierno francés de Emmanuel Macron trata desesperadamente de encontrar una solución satisfactoria para todos como podría ser la creación de un fondo dedicado concretamente a la reconstrucción económica.

Se discute una línea especial de crédito que tendría un año de vigencia y cuya condicionalidad, a diferencia de la del Mecanismo de Estabilidad, sería simbólica. También se habla de un fondo paneuropeo de garantías adscrito al Banco Europeo de Inversiones y que beneficiaría a la pequeña y mediana empresa.

Uno no sabe si son nuestros políticos plenamente conscientes de que los continuos desacuerdos entre el Norte y el Sur amenazan a la propia unión monetaria y al mercado interior, lo que sería un desastre para todos.

Es algo que entienden medios influyentes como el semanario Der Spiegel, que, en un duro editorial publicado en su último número, califica de «insolidario, mezquino y cobarde» el rechazo por el Gobierno de Berlín de los eurobonos.

Europa, escribe la revista, está metida en una «crisis existencial, y hacer en tales circunstancias el papel de guardián de las virtudes político-financieras es ser estrecho de miras y miserable». Y añade: «Tal vez convenga acordarse de quién ayudó, tras la guerra, a financiar la reconstrucción alemana».

«Los eurobonos, explica Der Spiegel, son créditos de todos los países miembros de la eurozona. No se trata de una unión de transferencias. Tienen la ventaja de que pueden considerarse inversiones seguras porque Estados con buena reputación (crediticia), como Alemania, se corresponsabilizan de las obligaciones de países que no la tienen tan sólida, como Italia».

«Lo que, reconoce la revista, encarecerá los créditos que asuma Alemania, pero es algo que Berlín puede permitirse, mientras que, abandonada a su suerte, Roma no podría endeudarse más en los mercados de capitales pues los intereses que tendría que pagar serían demasiado elevados».