En algunos sondeos -no los que hace el CIS, como es natural- Sánchez ya figura como el líder mundial peor valorado en la gestión del coronavirus.

No es extraño, por tanto, que Sanidad haya anunciado tests de detección en masa después de haberse empeñado en los dos últimos meses en no seguir las recomendaciones de la OMS. Tampoco que Moncloa haya decidido finalmente acceder a las preguntas en directo de los medios durante las reiteradas comparecencias del presidente del Gobierno y de los ministros.

Una rueda de prensa con el cuestionario filtrado y sin el derecho a repreguntar de los periodistas se convierte en un mitin o un soliloquio. No consultar con la oposición en circunstancias así cuando, además, tienes que contar con ella para seguir sacando adelante los confinamientos, y mantener a la vez cerrado el parlamento, representan la inadmisible tentación totalitaria de cualquier líder. Jugar con la posibilidad de un pacto nacional mientras das la espalda al resto de las fuerzas políticas solo puede interpretarse como una añagaza o bien un dislate propio de un Gobierno a la deriva. Solo Margarita Robles parece ser la única ministra preparada para ejercer la autocrítica desde el Ejecutivo cuando admite que se han cometido fallos pero que se trata de hacer las cosas lo mejor posible. En cambio, el titular de Sanidad, Salvador Illa, volvía a lanzar ayer las campanas al vuelo asegurando que España es un país que se halla en la zona alta de los que realizan pruebas del virus, algo que contradicen los microbiólogos, los propios tests comprados a los chinos que no funcionan y el contagio de los profesionales de la salud que trabajan sin protección y a los que tardan días en mecerles la detección. Pero, como ya van muriendo menos -por encima de los 600 en las últimas 24 horas- al Gobierno le toca congratularse del descenso de la curva mientras circula cuesta abajo.