No sé qué estará haciendo ahora el taburete que prefiero en mi bar favorito. Estará descansado, sin duda. Sin soportarme. No sé si me echará de menos, si el silencio le molestará, si el resto de taburetes estarán tristes o contentos, alegres por la desocupación o melancólicos por lo inusitado de la situación. Hay quien cree que las cosas, los objetos, no tienen alma. Son unos desalmados, claro. Tienen alma y presentimientos y se estropean cuando saben que van a ser vendidos o cambiados o tirados a la basura. Los taburetes de los bares no los tiramos. A no ser que el bar sea nuestro y queramos cambiar la decoración. Aunque bien pensado, la decoración de un bar son sus clientes, que adornan el establecimiento con clase y señorío, con alcurnia y aristocracia o también con vocerío, malas maneras, borracheras, kurdas monumentales y hasta potas. Sin descartar conversaciones, diatribas, partidas de cartas, eructos o proclamas filosóficas conducentes a la morigeración del alma o a la exaltación del ánimo.

Ánimo taburetes, volverán los tiempos en los que los culos os sobren y se os disputen. Noches de vino y claveles, de whisky y rosas, noches de jueves o viernes, de sábado o de domingos de desatinos. Celebraciones, voces, chupitos y hasta oficinistas que se reúnen para festejar una ascenso o brindar por el osado que se marcha de la empresa. Todos volverán. Al bar, no a la empresa. Volverá el que va a ligar y la que va a dejarse ver, el que va porque allí no lo ve nadie y el que tropieza con el taburete y le hace daño. Yo soy muy de ceder mi taburete aunque luego lo eche de menos. Cuando me canso de estar de pie, principalmente. Entonces miro a la persona a la que se lo he cedido. Pero la persona está tan cómoda que ni repara en mí, bastante tiene con reparar en su conversación, reparar en su copa y repararse las posaderas de tanto estar sentada. En la cesión de taburetes no se lleva la reciprocidad. Pero no es un asunto tabú. Taburete, sí. Desde un taburete se puede besar y escribir, conversar, conspirar, pensar y escuchar música. Si se pudiera dormir en ellos, no falta quien lo hace, serían perfectos. O mejor dicho, serían camas.

A veces en mi bar favorito hay más taburetes que personas, lo cual resulta cómodo para las personas pero poco rentable para el propietario. Si hay más personas que taburetes es que la cosa le va bien al empresario, que dicho sea de paso ya podría estirarse y comprar más taburetes.