¡Ya empezamos...!, diría Forges. Pues eso, que la función ya ha empezado. El presidente Salado, en su calidad de presidente de Turismo y Planificación Costa del Sol, ha dado el banderazo de salida. ¡Al ataqueeerl...! ¡A por todas! Inmediatamente, a la voz de ya, un singularísimo equipo de expertos en política y en turismo, en el que los expertos políticos le ganan por goleada a los expertos turísticos, han hecho piña y ya, del tirón, han decidido que el objetivo para zurcir el roto infringido a la próxima temporada por el innombrable animálculo es el consumidor turístico patrio, porque el consumidor turístico de allende España se nos antoja un objetivo «menos fácil» de alcanzar, momentáneamente.

Curiosamente, esta iluminada primera estrategia, chispa más o menos, es la misma que la que están pergeñando Galicia, el Principado de Asturias, la Comunidad de Madrid, la Comunitat Valenciana, Extremadura, Cantabria, Illes Balears, la Generalitat de Catalunya, Castilla y León, Castilla-La Mancha, la Región de Murcia, el País Vasco, la Comunidad Foral de Navarra, Aragón, Canarias, La Rioja, las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, y, ojo al dato, también Andalucía. Y, además, sorpresivamente, la respuesta inmediata por parte del 'comité de crisis' ha resultado ser idénticamente igual que las habidas en todas y cada una de las crisis de distinta índole habidas a lo largo del tiempo. Repito, idénticamente igual.

Tal cual se han producido, los hechos me han evocado a Abraham Maslow cuando alumbró aquello de que cuando nuestra única herramienta es un martillo, tendemos a tratar cada situación como si fuera un clavo. La urgencia desmedida nunca es buena. Tan es así que hasta puede matar.

Francamente, lo he intentado con todas mis fuerzas, pero por más que estimulo mi memoria no acierto a recordar vez alguna en la que nuestra estrategia en la cruzada 'todos a una' fuera proactiva en lugar de reactiva. Decididamente, somos cinturones negros en reactividad, asunto este que tiene mucho que ver con la improvisación.

Que está lloviendo, pues nada, paraguas al canto, uno comprado con urgencia en el noble bazar de nuestros amigos los amables chinos más próximo nos hará el avío hasta que aparezca el viento, que de un soplo desmembrará el paraguas, pero eso ya lo solucionaremos con nuestra depurada técnica de kung fu reactivo, cuando sople el viento, claro. Total, para qué preocuparnos de un viento por venir, ¿verdad? Tal cual toda la vida. Lamentable y, en estos tiempos que ya son tiempos distintos, peligroso.

Nunca hemos apostado por la 'simpleza de tomar consciencia'. Ni tan siquiera de tomar consciencia de que la proactividad existe y que abandonar el martillo y los clavos nos dejaría ambas manos y parte del cerebro libres para que ideas como, por ejemplo, la de construir unos soportales adaptados, para cuando volviera a llover. Pero, claro, esto puede que nos obligara a prescindir de algunas terrazas y tenderetes y malas ideas. Jo, mecachis, prescindir..., jodido verbo.

Todas las crisis han magnificado la debilidad más evidente de todas las submarcas que conforman la marca Costa del Sol. Es decir, la mayor debilidad de la Costa del Sol no es que alguno sus sumandos, léase, Torremolinos, Fuengirola, Estepona, Nerja, etc., etc., represente una merma respecto de la media aritmética entre todos ellos, sino que la estructura turística de todos y cada uno de los municipios que conforman el producto Costa del Sol es el resultado de la suma de sus recursos heredados (clima, cultura, naturaleza, gastronomía, sociedad de acogida...) y de sus recursos fabricados (alojamientos y oferta paralela a los alojamientos). Y resulta que nuestra actual realidad es que mientras los recursos heredados actúan como fortalezas que engrandecen la marca, los atributos fabricados, a todas luces sobredimensionados e hijos del acratismo, hace ya rato que actúan como silentes debilidades dañinas.

Que las encuestas y las estadísticas nos indiquen que hemos aprobado -con nota, además- no significa ni garantiza que, precisamente, no sea ese 'espectacular resultado' el que representa el principio del fin. El manido discurso de la renovación del destino, es pan para hoy y hambre para mañana. No se trata de renovar el destino, sino de transformarlo. Transformar es el verbo, sí o sí. Y ello, principalmente, porque la Costa del Sol lleva media vida huyendo hacia adelante, creciendo desmesurada y desordenadamente a lo largo y a lo ancho de los a posteriori de cada crisis. Y si a la huida hacia adelante a la que me refiero, como coletilla, le añadimos la sabiduría de dos viejas paremias, pues triste, muy triste... Una: 'el que no sabe adónde va, ningún camino lo lleva'. Dos: 'todo el que huye termina tropezando consigo mismo'.

La Costa del Sol ya clama y exige respuesta a dos preguntas: La primera, ¿qué queremos que sea la Costa del Sol? La segunda, partiendo de nuestra realidad verdadera y sin tentaciones lampedusianas, ¿qué puede realmente ser la Costa del Sol mañana de modo y manera que ese mañana no la convierta en el peor enemigo de sí misma y termine impidiendo y/o limitando su pasado mañana?

Me entristece escribirlo, pero voy a hacerlo: la estrategia del 'todos a una' es un bumerán cortacabezas extremadamente afilado por ambos extremos. Vaticino que hasta que lleguemos a Madrid, Burgos, o Illán de Vacas, que es un pequeño municipio de Toledo con cinco habitantes, para vender el producto, toda la Costa del Sol trabajará codo con codo, al límite de la extenuación, si hace falta. Pero, ojo al pronóstico, toda vez en el cuadrilátero cada representante de la oferta peleará también hasta el límite de la extenuación, e incluso hasta el límite de la 'extenuación de la rentabilidad', para que los cinco turistas de IIlán de Vacas y los cien mil turistas de Madrid que estén en juego en esa pugna se alojen en la oferta que él representa.

La historia se repite y el especialísimo escenario económico en el que habremos de librar la pugna individual cada uno, por decantación, por defensa propia y hasta por instinto de supervivencia, en primera instancia nos moverá a la casilla del precio como argumento motivador, seguidamente a la casilla del menor precio como argumento convincente, y, por último, como único argumento, la desesperación y la vesania nos llevarán en volandas a la casilla del precio imposible, que es el que nos permitirá afrontar los pagos de la próxima media hora, que después ya veremos cómo solucionamos la otra media... O sea, más de lo mismo.

Decía Einstein que no pretendamos que nada cambie mientras nosotros seguimos haciendo lo de siempre. Y, francamente, aunque me fastidia reconocerlo, creo que don Albert también tenía razón en esto.