De espinas. Anoche velábamos a Manuel Alcántara en la capilla ardiente instalada en el salón de los espejos de su ciudad. Bueno, no sería anoche. Miércoles Santo sí era, como ayer, pero el año pasado cuando se nos murió. Que alguien de mi equipo en la radio creía que era hoy. Que ayer era hoy, digo. Trabajamos un día antes. Consecuencias del confinamiento, supongo. Diario del estado de alarma: día 26 ya.

Hoy Jueves Santo desembarca la Legión en el Muelle 2 del puerto de Málaga, pero desembarca sólo por dentro, como va la procesión más que nunca. Por primera vez lo hizo el día después de que se nos fuera Alcántara a sus amigos y a su ciudad en el buque Furor. Por primera vez les recibió allí el presidente de la Junta de Andalucía, que se estrenaba como el buque en el acto que habría ocurrido esta mañana 78 veces ya. Quién le habría dicho a Juanma Moreno en esa mañana del año pasado, acompañado del alcalde De la Torre, mucho más bregado en esas lides ya que ningún alcalde vivo, que este año no sería su segundo año en presidir junto a las autoridades militares el tradicional desembarco de los caballeros legionarios, vinculados a Málaga y a su protector, Señor de la Buena Muerte y Cristo de Mena (y de Palma Burgos), desde 1930. Y quién le habría dicho a María Gámez, entonces flamante subdelegada del Gobierno en la ciudad, que también formaba parte de la comitiva de recepción en el puerto, que se convertiría meses después en la primera mujer en la Historia en dirigir la Guardia Civil y que tampoco estaría este Jueves Santo hoy en acto alguno de Semana Santa en la calle, ni en el de la Expiración siquiera. Ni a Manolo le vino a decir nadie que el párroco de Santo Domingo iba a leer con él ya muerto sus propios versos al crucificado en el acto del Traslado, con las puertas abiertas de par en par de la casa hermandad de Mena, en la plaza de Fray Alonso de Santo Tomás, nombre de aquel obispo de Málaga, dicen, que hijo ilegítimo de Felipe IV: «Al Cristo de la Buena Muerte no se le piden cosas para el trayecto, sino para el final...» Pedidas quedaron.

Pero decir, quién nos iba a decir a nadie y a todos que nos veríamos en las que estamos. En un Jueves Santo como éste sin legión que nos salve ni Cristo en la calle que salve a la legión. Con miles de muertos y la mitad de ellos ancianos 'protegidos' en residencias de ancianos. Miles. Las cifras en tiempos coronados por el virus son espinas que se nos hincan sin la certeza de su exactitud.

Se dirá: sin test los contagiados reales no se sabían, pese al empeño de los titulares diarios, porque no había test para ser testados. Fallecidos muchos quizá tampoco por la misma razón de que no todos fallecían en los hospitales y nadie les testó post mortem. Sólo la cifra de ingresados, que empezó a ser menor, más o menos por Jueves Santo, cercano ya el Domingo de Resurrección.