Hoy me he levantado triste. Realmente llevo algunos días levantándome así, entre melancólica y pensativa. En mi cabeza, los cientos de miles de ancianos de este país que se han ido sin poder despedirse, sin una mano familiar a su lado, sin una caricia€ no puedo evitar pensar en ellos una y otra vez, y en todos los fallecidos por coronavirus.

No imagino un adiós definitivo más triste que aquel que se vive en soledad. Pero no en soledad por la falta de seres queridos, sino en una soledad obligada, en una suerte de aislamiento inimaginable tan sólo hace un par de meses atrás. Y creo, desde lo más profundo de mi corazón, que eso no es una muerte digna, aunque muchas de ellas se produzcan al calor del personal médico de un hospital, por cierto, unos verdaderos héroes en toda esta crisis sanitaria que nos ha tocado vivir.

Y pienso en esas personas mayores, que seguramente vivieron los sinsabores de una guerra, los de una posguerra€ esas personas a las que no tienes que contarles lo que es el confinamiento, ni el aislamiento, ni la pérdida de seres queridos en edades muy tempranas, ni el pasar necesidad. Que saben perfectamente lo que es sacar un país adelante, sacrificarse por los suyos, trabajar de sol a sol, ahorrar como locos para ofrecerles un futuro mejor a sus hijos, mandándoles a la universidad y subiendo así el nivel formativo de este país. Todo gracias a su tesón y a su empeño.

Él o ella, que tuvieron que olvidarse de sí mismos y de sus sueños, pero también de sus miedos y de sus inseguridades, que se echaron sus penas a la espalda para seguir adelante. Ellos, los que ahora sufren, enferman y mueren solos, habiendo pagado sus cuotas a la Seguridad Social religiosamente, y que ahora no pueden ser debidamente diagnosticados, ni sus muertes pueden ser debidamente catalogadas.

Ellos, que se sacrificaron por unas familias que ahora no pueden despedirse de ellos, ni velarlos. Y en algunos casos, los más dramáticos, a algunos familiares les cuesta hasta encontrar sus cuerpos entre hospitales, grandes morgues improvisadas,... no quiero seguir. No puedo seguir.

Morir dignamente, además del significado que se le ha venido dando relacionado con los cuidados paliativos o incluso con la eutanasia, es y debe ser un derecho en la parte más esencial de su significado.

La dignidad es un derecho y un valor que una persona tiene tan sólo por el hecho de nacer. Es algo que nos define y que va ligado a nuestra naturaleza, como seres humanos. Es el respeto, el propio y el ajeno; es lo más bello, que define nuestra persona, nuestra integridad, nuestro honor€ ¿es o no es un derecho inherente al ser humano? ¿podemos negárselo a alguien? Es más... ¿existe alguna circunstancia bajo la cual podamos negarle a alguien su dignidad? ¿Y por qué tengo la sensación de que estamos violando esto último, mientras nos amparamos en una crisis sanitaria sin precedentes en la historia reciente de la humanidad?

Esto es lo que me quita el sueño. Para mí no son una cifra o una estadística, son personas con nombres y apellidos. Lo que me entristece hasta tal punto que no quisiera, ni creo que pudiera, ni por un segundo, ponerme en la piel de los familiares que estos días no pueden despedirse de sus seres queridos por imperativo legal. Qué pena más grande. Porque también la despedida final es única, y poder darle la mano a tu madre, a tu padre o a tu familiar en definitiva, sea del grado que sea, debería ser algo irrenunciable.

Nadie debería morir solo. Nadie debería tener que despedirse a través de un cristal, en el mejor de los casos. Nadie debería ser introducido, siquiera, en una cámara, urna o ataúd sin una despedida en condiciones.

Y me da más pena aún que, en su gran mayoría, se trate de ese gran sector social de nuestro país como son nuestros mayores. Los que tanto se han esforzado por sacar este país adelante.

Pienso tanto en ello, que llego incluso a pensar en mi madre, a quien despedí hace unos años ya. Ella se fue, para mí, demasiado pronto, pero lo hizo cogidita de mi mano, conmigo al lado, con mis hermanos, con su familia respirando juntos hasta que ella ya no pudo más. Hoy pienso que menos mal que se fue hace tiempo. Qué triste ¿verdad?, pero seguro que a algunos de los que me leen también les pasa... Menos mal que no se fue en esta crisis sanitaria tan grave. Menos mal. No puedo imaginar lo que debe ser no poder despedirse, no poder estar al lado de la persona que más quieres para acompañarla hasta que se va, no poder reconfortarla y tranquilizarla. No puedo...

Y a todo ello uno el dolor de no saber, en muchos casos, las causas de la muerte de muchas de esas personas, porque no se están haciendo autopsias. De no saber, en muchos casos, ni dónde están sus cuerpos, porque la confusión de la situación actual nos ha llevado a escenarios en otros casos inimaginables.

Morir dignamente es un derecho siempre, también ahora. Por favor, no les neguemos también eso a nuestros mayores. Ellos, que han vivido en tantas negaciones y privaciones. No se lo merecen.