Con el Señor resucitado y la celebración de la Pascua se nos escapa la Semana Santa más inaudita que nunca hayamos imaginado. Y quizá estemos ante una oportunidad extraordinaria en el mundo cofrade -y en todos en general-, para comenzar a priorizar lo elemental y necesario y aparcar lo frívolo y descarado en algún otro rincón.

Y es que, con todo, las sensaciones vividas esta semana se asemejaban en gran medida a las vividas en años anteriores. Las reflexiones van por barrios y días. Y gracias a las imágenes -aún no vistas en directo- nos han ayudado a comprender y meditar. Lo vivíamos el Lunes Santo con el Cautivo, el Martes con el Rocío o el Jueves con la Esperanza. El Viernes Santo con la Mortaja asimilábamos la necedad del ser humano y la fragilidad de todos ante la vileza del pueblo cuando así lo desea. Y también la resurrección y la vida eterna. Todo interiorizado sin haber vestido la túnica. Sin compartir momentos con tus hermanos. ¿Y? No ha pasado nada. Y en parte lo hemos vivido generando sentimientos y emociones muy cercanos a los propios de estos días. A través de whatsapp donde en los grupos brotaban recuerdos y renacían vivencias comunes. A través de oraciones compartidas por las Hermandades. Y en nuestra memoria. Sobre todo, ahí. En ese disco duro valiosísimo que, por la vida que llevábamos, tenemos abandonado y únicamente rescatamos la memoria inmediata que no analiza más allá de un suspiro.

Y ahora lo hemos hecho. Y se entiende que todo es tan efímero y accesorio como queramos que sea. De ahí que la escala de valores nos la hayan derribado de una patada. Qué virus tan casual. Qué pandemia tan inimaginable. Pero con cuánto recorrido de reflexión y enriquecimiento para los cristianos.

Hemos sido los responsables de convertir la Semana Santa, en ocasiones, en un vertedero de sustancias personales muy peligrosas donde quedaban expuestas con orgullo, siendo de naturaleza ridícula. Y ahora ha quedado escrito. No podíamos vivir sin «Ella». Éramos del «Señor» y «La Madre» pero a nivel Instagram y poco más. Y ahora, hemos descubierto que de los gestos más elementales son un mundo y saben a gloria. Lo que antes parecía propia de viejas beatas de sacristía, son hoy pilares en los que se sustenta la esperanza.

Por eso una oración en grupo por whatsapp o youtube vale un ciento. Por eso, el envío de una flor ha servido de consuelo y petición desesperada a otros tantos. Y ahí, en esas estampas, ves desmoronarse la montaña de porquería que nos hundía hasta las rodillas. Y te acuerdas de lo mucho y torpe que has sido durante tu caminar cofrade. Y echas la vista atrás y te auto flagelas por el tiempo perdido. Por la desgana que te acompañaba y te robó muchos momentos que hoy te sabrían a gloria bendita.

Esta Semana Santa nos devuelve a la vida como nunca lo había hecho. Y ahí sí que estamos encontrando esperanza, pasión, dolores y agonía. Todas en minúscula. Pero nos servirá para que, al enfrentarnos a los nombres propios, le demos otro sentido al asunto.

Volveremos. No cabe duda. Y con muchísimas más ganas, fuerzas y utilidad. Trabajaremos para subir a flote toda la industria que come gracias a este fenómeno religioso y social. Apoyaremos a los artistas y artesanos que trabajan gracias a las Hermandades. Ésos que cotizan como todo profesional y que ayudan al bien común con sus impuestos. Vamos a llenar los bares de ambiente cofrade y a respirar muy profundo para dar todo el oxigeno que podamos a nuestro alrededor. Las cofradías serán los nuevos infojobs. Los tronos y sus grupos de Whatsapp espacios de networking para que, entre todos, salgamos adelante tirando de compañeros de varal o fila nazarena.

Toca ayudar. Y ahora las necesidades son tan cercanas como mirarse a un espejo y sentir en tus propias carnes las carencias o abismos a los que no estábamos acostumbrados. Y ahí también está y estará el mundo cofrade. Para asistir a los que se encuentran en estado extremo de necesidad, pero también a los que mantienen el tipo pero verán aliviados cómo el gran entramado cofrade se sirve de manera autosuficiente para generar negocio. «El gremio de los cofrades» tiene que despertar. Y ya lo está haciendo. Y ahora para buscar a un pintor o un fontanero preguntas a la gente de tu trono antes que en internet. Y acudes al comercio de fulanito de Mayor Dolor o el que pone las persianas, que salía con tu hermano en la Trinidad. Volveremos. Cargados de sentido común y con menos arrogancia. Y seguiremos siendo exigentes. Pero no maleducados. Porque donde está lo sagrado debemos tener un respeto y cuidados superlativos.

Y si no que se lo pregunten a los que el año pasado por Semana Santa hicieron el chorra al paso de una Virgen o un Cristo para protestar por la iluminación de su silla en el recorrido oficial. Je. Este año nos hubiéramos dado guantás por ver a María Santísima en la penunmbra. Pero ahora somos mejores. Y antes nos cegaba la tontería. Volveremos con humildad. Y con la Humildad. Y los pícaros se lo pensaran dos veces antes de seguir haciendo caja indiscriminada con lo nuestro. Y el que tenía a su nombre decenas de sillas ahora quizá levante el pie del pedal de la cara dura.

Volveremos. Y lo haremos valorando más que nunca lo nuestro. Porque todo es maravilloso y enriquecedor. Pero quiero ver a mis amigos dejándose el alma bajo el varal en la Semana Santa del 21 aunque «me disguste el estilo que lleva la hermandad desde que entró fulanito». Y las Vírgenes serán muchísimo más bellas aunque ahora las vista menganito y le pone peor las tablas.

Volveremos. Concentrados y con las cosas claras. Con la cabeza amueblada y el objetivo primordial en aquello que nos dio origen: la ayuda a los demás. Ahora somos todos los que necesitamos esa ayuda. Ya sea económica, emocional o de fe. Y ahí está ya la Iglesia con sus hermandades para asistir a sus hermanos.

Volveremos. Pero dejaremos confinados a las malas lenguas, a lo accesorio y banal revestido de brocado del malo. Quedarán en cuarentena los intereses espurios apretados con cíngulo en el lado equivocado y las falsas esperanza.