No le falta razón al autor estadounidense Rob Urie (1) cuando escribe que la diferencia entre China y EEUU es que en el primer país el Estado controla a las grandes corporaciones mientras que en el otro son las corporaciones las que controlan al Estado.

Lo hemos visto una vez más con el paquete de más de dos billones de dólares de ayuda económica firmado por el presidente Donald Trump en respuesta a la crisis provocada por la pandemia del coronavirus.

La parte del león de la ayuda acordada beneficia a las grandes empresas tipo Boeing o a las grandes cadenas hoteleras sin que esté de momento claro si entre los favorecidos están los hoteles del propio Trump.

EEUU está utilizando el dinero que con tanta facilidad imprime para rescatar sobre todo a Wall Street y comprar la deuda de compañías que tan generosamente han estado pagando a sus altos ejecutivos. Se trata de una nueva transferencia masiva de fondos a la minoría más rica.

¿Debería extrañarnos todo esto cuando, por ejemplo, el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, es un antiguo alto ejecutivo de Goldman Sachs, el mayor banco de inversiones del planeta, que ha conseguido colocar a sus ejecutivos en gobiernos e instituciones financiera de todo el mundo?

Mientras tanto, en un ejemplo más del nepotismo que caracteriza a su presidencia, Trump ha nombrado a su yerno, Jared Kushner, al frente del grupo de trabajo que supervisa el material médico disponible para hacer frente a la pandemia.

Un grupo que trabaja, según sus críticos, en coordinación sobre todo con el sector médico y farmacéutico privado y de manera, además, totalmente opaca.

El sistema sanitario de EEUU ha sido básicamente diseñado por las grandes corporaciones, por las aseguradoras, para su propio beneficio e incluso la reforma introducida por el ex presidente Barack Obama sirvió sobre todo para consolidarlo.

¿No resulta escandaloso que las víctimas de la pandemia entre las minorías afroamericana o hispana de aquel país duplique y triplique allí a su porcentaje relativo al total de la población?

Claro que lo mismo cabe decir de lo que sucede en las cárceles, donde por cierto los presos, en su mayoría de color, permanecen hacinados y mucho más expuestos por tanto al coronavirus y cualquier otra epidemia.

Se habla mucho últimamente de trabajadores esenciales, aquéllos de los que no se puede en ningún momento prescindir para que la sociedad siga funcionando.

Habría, sin embargo, que preguntarse si eso de 'esenciales' es un eufemismo de 'desechables', a juzgar por el hecho de que en muchos lugares, por falta de protección suficiente, están cayendo como moscas.

Y esto es especialmente cierto de EEUU, donde se da además un índice alarmante de mortalidad por enfermedades que deberían ser perfectamente curables y que lo son, por ejemplo, en un país sometido a años de embargo norteamericano como Cuba.

El sistema de salud de EEUU es mucho más costoso que el de otros países ricos, por ejemplo, el de Alemania, y, sin embargo, el índice de mortalidad infantil es allí mucho más elevado.

Se habla mucho de la libertad de mercado, pero ya hemos visto lo que sucede cuando se produce una catástrofe: hasta los más acérrimos liberales claman desesperadamente por ayuda al Estado contra el que tanto despotrican.

Ha tenido que llegar la pandemia, que ha supuesto un frenazo de los viajes además de una paralización parcial de las grandes industrias, para que se limpiara la atmósfera y cayera en todo el mundo la morbilidad debida a la contaminación.

Se habla mucho de distanciamiento social, de cuarentena, pero ¿no es urgente también someter a cuarentena a nuestros espacios naturales, acabar con las actividades invasivas, uno de los factores que contribuyen a las zoonosis?

¿Entenderemos, entenderán todos por fin, que hay una serie de actividades y servicios que hay que situar fuera de las leyes del mercado, de la libre competencia, de la ley del más fuerte, y que tal vez los más importantes son los que tienen que ver con la salud de todos?

(1) Autor de 'Zen economics', ed. Ak Press, y colaborador de CounterPunch